Antes de que el sol acaricie
de las rosas sus pétalos,
ya pintan en la superficie
abierta de los cestos
de las espigadas roseras,
de comedidos gestos,
espontáneas bodegoneras.
Siendo una guacha, apenas,
el zafranar fue mi juego;
feliz con las manos llenas,
sintiendo en las venas fuego
al tomar aquella rosa
que mi bautismo supuso
de labores como esposa
de la madre tierra en uso.
Azuleaba el zafranar
con la abundancia de la rosa
en los años de pleamar;
y en los restantes, poca cosa.
El año primero es flojo,
el segundo ya mejora;
siendo mejor para el ojo
el tercero, cuando aflora.
Esta flor que se ejercita
con lágrimas de cebolla,
tinta caldo de marmita
con sus filones de joya,
en generoso terruño.
¡Esta flor que el sol marchita
y mata sin un rasguño!;
nacida de oscura cita
en los brazos de la noche,
en la cima del rocío,
cuyas pupilas son su broche,
pétalos de doble trio.
Los celemines de tierra,
en cuyos surcos es joya
la flor que se abre y cierra,
lágrimas de la cebolla;
ya muere, apenas nace,
con sus morados de luto;
donde nació, allí yace,
legándonos su tributo,
si sabemos recaudarla
de sus valiosos 'estambres'
en la mesa de la charla;
aliento contra las hambres
de tantas familias pobres.
Con maña se llena el plato
que ha de adinerar los sobres,
como estipula el contrato:
A tres perrillas por onza,
pesadas en triste balanza,
que los dedos como peonza
van extrayendo, en su danza;
desechando las pepitas,
que no cotizan en bolsa,
las roseras señoritas,
cuya mano no reposa.
La vendimia se interpone
entre el coger y el sacar,
yendo siempre con faldones,
de las rosas el caviar.
Muy temprano se coge,
apenas distingue el ojo
cardo y ajilimoje,
la del hilo pelirrojo,
de a tres perrillas por onza;
perrillas de las de antaño,
con las cuales llenar la orza
con longanizas de apaño;
la de pétalos morados
en el rictus de su muerte
y pepitas que son dados
en azar de buena suerte.
Caudales para la dote,
alegrías para las mozas,
del azafrán en lingote
que las alza en las carrozas,
incrementada su renta.
Las evita pasar hambre,
sin que pongan a la venta
sus cumbres de Javalambre.
Hasta Todos los Santos
se prolonga la rosa,
flores para los llantos
de los que yacen en fosa;
crédito para los vivos
que la tuestan entre adobes
con ciazos, como recibos,
hasta crujir, no más le robes
en esta incineración
de restos para el injerto
de sus colorantes partes
que pintan después de muerto
guisos para bellas artes,
de culinario buen gusto
y presencia para el ojo,
cuando el tono tinta justo
y el hambre pierde el sonrojo
Esta rosa sin espinas
sabe morir en la cruz,
dolida por las anginas
que le quitan al trasluz.
Muere en la mesa camilla
de mano de las roseras
al recibir la puntilla
en sus hebras de ronqueras.
Esta rosa ofrenda vida
para paliar la pobreza,
con sus tres pelos de brida
de a color rojo la pieza.
Y nadie sale de pobre
con sus pepitas doradas,
pues por ellas no hay quien cobre
por bien que estén ordenadas
o fundidas en lingotes.
Es oro para evacuar,
con sus mortajas y dotes,
pétalos de a tres en par.
La rosera Isabel Descalzo
19 onzas de azafrán,
a correprisa y sin descanso,
juntó una tarde con afán,
con un hormiguero en los dedos;
beneficios para su ajuar,
si hubiera habido caballero
en el tomado por galán.
Nacida con su mortaja,
morada como la muerte,
toda belleza, muy maja,
en los cestos queda inerte.
A tres perrillas la libra,
de agacharse y recoger,
mucho bulto y poca fibra,
en siendo el amanecer.
Su autopsia ha de desvelar
y dar luz sobre las causas
del fulminante pesar
de tan prontas menopausias.
A polinizar no llega,
tan efímera es su estancia
y tan rápida su siega,
en busca de su substancia.
No corta la hoz su bulbo;
simple despliegue de manos
sin el instrumento curvo,
hábiles sin ser de ancianos;
que la degüellan y ¡al cesto!,
que la retuercen y ¡al plato!,
con un mecánico gesto
que hace latir al olfato
de su esencia los aromas;
que los dedos amoratan
de merecidos diplomas,
entre rojo y escarlata.
Dicta la balanza, luego,
su sentencia a las hebras rojas,
que se han de tostar al fuego
como se tuestan las congojas.
Se conservan en buen paño
para hacer de ellas buen uso
o vender 'al cabo l'año';
como soltar un recluso
por merecido rescate.
Nos compran su libertad
con oros de alto quilate,
sin que preocupe su edad.
Siendo apenas guacha
estuve en el zafranar
cantando el ¡agacha
que son las olas del mar,
echa las crestas al cesto
en que estás a pies juntillas,
aunque parezca molesto
y te estorben las faldillas!
Después del tercer año
se arranca la cebolla,
su culo de redaño,
su perfurria y su roya;
quedando limpia y dispuesta
para enterrar, siembra nueva;
después su fruto nos testa
como la higuera la breva,
con su vivir en la fosa;
dando a luz mortal capullo
en la noche silenciosa,
sin obtener ni el arrullo
de las palomas pueblerinas.
Cebolla que enterrada yaces
sin protegerte las espinas,
que con las sombras haces paces
y que te cuidan tierras finas;
¿más que dar a luz, no pares
dando a sombras tu fruto
noches espectaculares
y vida de un minuto?
Rosa de vida tan breve
no necesita de espinas
para proteger su Debe,
origen de medicinas,
colorante culinario;
gracias a Dios, a Dios gracias,
que no es todo lo contrario
y precisara acrobacias
para brindar su salario
desgranando sus despojos,
desechando la mortaja;
que sólo los hilos rojos
dan monedas a la caja
y sabor para los guisos
con simplísima migaja
de su amor sin compromisos;
con las espinas punzando
los dedos de las roseras,
un botiquín y ¡¡andando!!,
si te vas por peteneras.
Fue mi bautismo de fuego
en el zafranar, de guacha;
fueron las rosas mi juego
y mis manos eran hacha;
y en la mesa fueron trilla,
para sacar el azafrán
con manitas de chiquilla,
aprendiendo a ganar el pan.
Pusimos, ya de casada,
en bancal de Garadén;
y buscando más tajada
(quería tierra del Edén
mi marido el visionario)
pusimos en lo del 'Rápido'
(y Libros para Inventario),
ansiando riquezas, ávido,
sin tener aval bancario.
No dejó gasón su azada,
ni sobre la tierra hierba
(la tenía bajo la almohada,
con cebollas de reserva).
Y llegada la cosecha,
¡¡no brotó ni un simple tallo!!,
ni antes ni después de fecha,
cantara o callara el gallo.
Esas sí fueron espinas
para sienes sin sapiencia
que buscaron oro en minas
que brillaron por su ausencia;
no en las del Rey Salomón,
de cofres de oro repletas,
según su imaginación;
mas nunca encontró sus vetas...
No estaba puesto en ello,
al ser pastor sin badajo
que a las ovejas el vello
les arrancaba de cuajo.
No le gustaba su oficio
y en el campo era inexperto;
el segar no era su vicio
y en el sembrar como un tuerto.
Del campo pasó a las obras
dando por enchufe un salto
en la cama de maniobras
del jefe, que era contralto;
Cristobalón, por más señas.
Al ser entendido en cabras,
experto en limpiar sus greñas,
más que ducho en las palabras,
listo andaba 'pal ordeño':
Jefe de 'sala de máquinas'
y consorte para el dueño,
sin sudores ni echar lágrimas.
Allá encontró su fortuna
y me mostró sus espinas,
queriendo comprar la Luna
con el ascua en sus sardinas:
¡De billetes tanto fajo
para buenos escondrijos!
Hube de buscar trabajo
para crianza de mis hijos.
No nos daba ni perrilla
para plato de habichuelas;
no merma tanto la trilla
como el descansar las muelas.
A duro la hora cobraba,
con agua, cubo y escoba;
¡friega y lava que lava
por sus cachorros la loba!
Y encima de no dar nada
y comer como un patán
de mi plato de fabada,
se llevó del azafrán
que reposaba en el arca,
para caso de emergencia,
más de mitad de la banca,
sin avales de solvencia.
Al ser bienes conyugales,
de la otra parte hice venta,
no volvieran los chacales
y me dejaran sin renta.
Así comimos caliente
lo que al pecar de cobarde
nos tuvo sin hincar diente,
echando la tripa grande.
Flor de cebolla que nace
engalanada de luto
de la tierra donde yace
y a la que rinde tributo.
Flor de tinieblas y escarcha
que brota como un milagro
y paga, como revancha,
con su muerte y descalabro.
Rosa de tintes violeta,
perfumada en las mañanas
por fibras que son la meta
de roseras con legañas.
Onza, libra, azafrán,
lenguaje prometedor;
de las bodas talismán,
de las novias el rubor.
¿Pereció la de alas hermosa
ahogada en el último beso
de sus abrazos con la diosa
que va dirigiendo el progreso?
¿Marchitó un suspiro sus alas
dentro del crepúsculo abismo
como una ráfaga de balas
en un ataque de lirismo?
Abiertos sus pétalos malva
por el amor en que marchita,
los pelos de su roja barba
con los de dorada pepita
discuten su lucha de clases.
Falló la rosera su cita,
pues el patrón ya no hace pases;
cambió del negocio las bases
y hoy su fortuna se forja
en modelos de menos gasto
para llenar antes la alforja
con monedas para el fasto.
Y más tipos de interés,
que no el de escuálidas chicas,
aún sabiendo hablar francés
y jugar a las canicas.
Ni tampoco las muchachas,
con mil esfuerzos y trabajo,
quieren enseñar las cachas,
el cuerpo gacho y bocabajo.
Tampoco quieren que sus manos
parezcan tocar las castañuelas
de los capullos casquivanos
que cabalgan sin espuelas.
Labor de hebras, cuya costura,
con la paciencia de los siglos,
es tal arte en monjas de clausura
que sacan sangre de los hilos
en favor de la Cruz Roja.
Pero en las cocinas se transmuta,
cuando en pucheros se remoja,
del rojo al amarillo, sin disputa.
Y el sabor también se abraza
al paladar que el grano cata,
en arroz y carne de caza,
en oro lo que era de plata.
Si alguna vez vuelves, mi rosa,
tratándote como consorte,
una máquina habilidosa
te operará con fino corte
en una cinta de transporte,
como si cruzaras el Jordán;
¡¡estas cosas pasarán!!
Ya no estarán las bellas mozas
para sus manos desprenderte
y desollarte de las brozas
que te amortajan en tu muerte.
Tu campanilla por un tubo
será absorbida de los hilos
y pasará directa al cubo
que la recogerá por kilos.
Si este artilugio se construye
será tributo de algún capricho,
pues no es rentable lo que bulle
y hace mella en el valor del fruto.
Con la abundancia el precio baja;
con la escasez, sube a las nubes
y se cotiza como alhaja
en las mejores bolsas y urbes,
ascendiendo en alta curva.
Ya no pasarás por mis mantos,
pero la alegría de mi tumba
tu adorno será en Todos Santos.
© La Virgencilla, 10 Agosto 2007