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LA VENDIMIA MECANICA 2023
LA COSECHADORA Cruje a las viñas de espaldera; lo hace parra tras parra, fila tras fila, en hilera, dando abrazos su garra a las vides de la larga recta, una tras otra, entre los cables, por ambos lados, a la directa, del tendido; manos como sables, en tensión alambres y postes, palpando con fuertes manotazos sus senos no exentos de costes, granados y turgentes, con lazos, que cuelgan libres y desnudos; descargándolos en la intimidad de sus trompas de sones mudos, en lesbianismo de amorosa edad, en serie, siendo la viña un harén e imaginan las hojas ser su sostén. Esas hojas que son vestido de adanes, que sirven para fajita de comida, que sustituyen al bocadillo de panes, marchitar se dejan en tierra tupida. Y esta señorita del caminar corto, que se contonea cuando cambia de fila, que provoca de las viñas el aborto, con cuyas uvas rellena su mochila; señorita bajo cuyas faldas llueve, por acto de conjunción copulativa, forzado por su pluma de mango leve, fábula de su gramática furtiva; esta señorita que pinta sus labios con la sangre que recoge de su pulpa, obteniendo el maquillaje con agravios, no se conmueve nunca ni se disculpa. Y las cepas, a su paso, haciendo esquina, se estremecen como Cristos en su cruz, tiritonas vibrando de bailarina, de sus entrañas vueltas a la luz, las hojas que simulaban ser cortina, de ganchas vaciados sus hatillos. Quedan sin senos para lucir firmes en su corsé de zarcillos, único sostén que pueden uncir, de simples cordones con ganchillos, las parralas, atacadas de espanto, con dulces lágrimas su faz en llanto. Durante el acto, indoloro y breve, pintan la tierra gotas de mosto, testimoniando que lo que llueve indicios son de sucio regosto, de violación brutal, no consentida, sufrida sin pestañear, con resignación, en su frontera ancladas, con herida. El flujo vaginal, en brusca formación en el interior de la bestia cosechadora, del mosto sangrado por los granos expoliados, lo sube a sus matrices de elegante señora por rampas escamosas de cadena sin vanos, junto al resto de las uvas llovidas, enteras o menguadas por la zurra, solitarias o unidas en sus bridas; entretanto, la aspiradora curra, sopla y expulsa casi todas las hojas que se invitaron al festín de la jibia; la despalilladora, las ramas flojas que se agregaron, atacadas de envidia, y otras impurezas de la requisa, separa, recolectando las uvas en tolvas que bajo las alas guisa; llenas, las volcará en mayores cubas. Las hojas que se resistieron al vuelo, habrán de ser filtradas a posteriori, antes de encerrar, tras consistente velo, con cantos funerarios de gorigori, el masacrado producto de la cosecha, en los oscuros tanques de fermentación, enfrentado a su destino, plazo con fecha, hasta abrir los ojos, devuelta la razón. No sabe el huésped que está en primera fase de su renacer como vino de marca en embotelladoras de buena clase, en bodegas que diluviarán el arca. Si una seria avería la máquina sufre, esta bestia cuya boca masca azufre, de tener lugar en mitad del proceso en que va seduciendo a las afectadas, el monstruo naufragaría, quedando preso en el ancho océano de olas emparradas, debiendo ser reparado entre dos aguas, ya que no navega ni a remo ni a vela, ni puede abrir las alas de sus enaguas para ir dibujando en el cielo su estela. A la multitud que vegeta solitaria, con pesos de entre tres a cuatro toneladas, trabaja toda esta lustrosa maquinaria de incansables elefantes de las manadas, cuyos días tendrán su final, por digna muerte, en el 'cementerio de los colmillos blancos', prensado y compactado su esqueleto inerte en bloques de chatarra sin líquidos charcos. A fin de vendimia, ninguna volverá para aullar de amor a la próxima luna, buscando encontrar en el fruto su maná, acabado el tiempo para hacer fortuna. EL EMPARRADO El emparrado, orgulloso de su fruto, racimos de granos blancos, negros o rojos, los pierde impotente, y ha de guardar luto, en tan crujientes garras, cargadas de enojos, que los arrancan sin piedad de sus raspones, desnudando sus cordones umbilicales, como raspas de sardina en sus pezones; abandonados a toda suerte de males, despreciados en los brazos de los troncos, a pesar de que son ricos en taninos; y mueven con la brisa labios roncos, abanicados por hojas en sus trinos; algunos granos rebeldes, inmaduros, se columpian resignados en sus muros. Viven con recogimiento, en soledad de a peso, en grupos de a cientos, de a miles, incluso, esas parras de espaldera, grito del progreso, amarradas en líneas de un solo uso que van recorriendo toda la quilla bajo el justiciero sol, cuando brilla; que reciben sus hojas implorantes, traductoras de leyes dimanantes que doblegan su energía luminosa, en sus centros de formación vuelta savia, conviertiendo las hojas en su esposa, fermentados sus recovecos con labia, alambiques ocultos que doman el rayo. Al son de los virtuosos hilos de luz, se tejen en la vid ubres de uva al tallo; muchas veces, de las hojas al trasluz, pámpana de verde uniforme su sayo. Temerosas, siempre escrutan el cielo, temiendo un pedrisco que las destroce; mas, atrapa desprevenidas el duelo, de la máquina con tan fuerte roce, que lloran sus lágrimas bajo pañuelo, sin poder evitar que de ellas goce. EL OPERARIO El conductor de la cosechadora pinta como galopante vaquero, que sube y baja la panza invasora para no arrastrarla por el sendero; y acaricia las uvas del parral deshilachando a golpes sus pechos, sentado en la cabina de cristal con tapa de sepia y berberechos. Tan valeroso y avezado jinete, caballero de las extensas llanuras de los viñedos de La Mancha, en brete, trabaja soportando las calenturas a través de los caminos de alambrada, cabalgando recto y firme en su montura; que, a su vez, cabalga espatarrada por las filas de vides, sobre cintura, sin prisa, en la línea, a paso humano; debiendo saber dominarla en su marcha para que no se desvíe de su plano, experto domador de llanos de La Mancha. Sentado en su cabina acristalada, sus pies no pierden nunca los estribos; con rumbo nunca a la deriva nada; no es payaso en caballo de tiovivos, sino el amo, el único que se atreve a soltarle azotes al árbol perplejo; siendo así que es su deber, y hacerlo debe, desvirgar a las cepas por el hollejo. De la acción, el único miembro es él, que disfruta del apaleo vibratorio que da cuenta del indefenso plantel, en reserva, anclado en su territorio, al que buena tunda de palos propina, estremeciendo el revolcón toda la hilera. Siente un placer que en sus ojos se adivina, no es un payaso en su caballo de madera, mientras se pasa el emparrado por el forro de su cadena de transporte en sano corro. En llenando sus tolvas, las descarga en volquetes que llevan el producto a la bodega, donde se comprueba el grado y pesan los fletes tras el turno en las colas de la siega. LA VENDIMIA Como se ha indicado, en este proceso tordo, no se usa el corte de la vendimia tradicional, transitando la máquina con ronroneo sordo; se aplica un golpeteo directo, pasado su umbral, por la lìnea del frente, sin púas las alambradas, que serían como espinas en un calvario de cruz; habrán de resucitar como vino, en riadas, como los sarmientos sepultados paren a luz. En próximas vendimias, duda no cabe, las seguirán cortejando, a las bravas, estas máquinas insaciables, de llave, tan ansiosas ellas de esquilar sus lanas; pero estos lobos no se comerán las uvas que son de fin de año, tomadas a mano con todos los cuidados, sin echar en jubas, envasadas y vendidas, de aspecto sano. LA COSECHA Y si la cosecha no se ajusta al grado que marcan los técnicos de la bodega, monarcas de la jungla del mosto alado, profetas que hacen de los caldos la siega, con denominación de origen las gavillas, antes que obtener un saldo en negativo, les valiera más sentar el campo en sillas y se pudrieran las uvas con motivo; para mosquitos tigre, cuervos y conejos, fiesta en farra, satisfechos del banquete. Los viticultores se quedan perplejos, cuando pierden su trabajo en el tapete, llevando la incertidumbre por camisa, temiendo perder hasta las cortas mangas; se ha borrado de su cara la sonrisa, se aprovechan de su fruto como gangas; una mano rancia les aprieta el cuello, la avaricia de este mercado tan voraz, precisando de una talla con destello que les advierta del trabajo ineficaz. LA VIÑA Levantadas a base de pulgares y varas, luego a luego, echarán las cepas el cierre, desprovistas de pámpanas sus nudosas claras, y dormirán hasta que el sol de nuevo hierre en el horno sus herraduras de forja; en tanto, se llenará en sus pies la alforja con las hojillas que ya dejaron de latir; corazones que el otoño mira avieso, de cuclillas en su madriguera de zafir, menguado el sol, tras los cortinajes preso de los finales de la agonizante tarde; ocres, anaranjados rojizos y morados serán sus colores, por mucho les resguarde. Como el horizonte en sus ocasos oxidados se volverán sus colores, luego a luego; y brotarán de nuevo sus caracoles llegada la primavera, con sosiego, e irán bordando la parra de faroles; y al reverso de las hojas pondrán sus notas, cobijadas de lejanos rayos y gotas. Trabajará toda la plantilla al sol, su sueño arropado en los sudores del solano; y se gestará su fruto en el crisol, tendida como en un secarral, en el verano, arraigada, sin poder darse la vuelta; de la lluvia rogando encontrar alivio para lograr de tal pena ser absuelta, gozosa al croar escuchar del anfibio. Ya, en un no lejano futuro, se imprimirán las uvas con tinta, merced a la ciencia del conjuro; las cuales tendrán tan buena pinta como el vino de las bodas de Caná, que no diría nadie hechas en 3D; y se tomarán en cada 'campaná' para bautizar los años con buen pie. © Diego Tórtola Descalzo 2023 LA VENDIMIA MECANICA 2020 La vendimia ya está en marcha, y la mecánica impera para hacerse con la gancha sin quitarse la pulsera, cabalgando en armatostes que de caucho son sus ruedas; cuyas tripas rascan postes con alambres que son velas por las que navega el timonel con rumbo fijo para sus redes que rascan grano de las paredes procurando acariciar su piel, de amorosos roces digna, por, si hay herida, que se lape, para que el mosto no se escape; y, si no, pues se resigna. Este monstruo de metal, sin quererlo, traga hoja, no lo puede evitar; aunque su soplo vital la mayor parte arroja por la popa, sin piedad; que no se mezcle con la sopa de granos de uva, ¡digna tropa de la santa humanidad! La cosechadora sigue, plagio del ferrocarril, el rastro que le marca, liberándolas del ligue, llevar las uvas al arca, que son sus alforjas chepas, entre regimientos mil. Por las ingles embocada en el raíl de las cepas, con un vagón en cada grada, que son tolvas, si te pones, repletas de ricos sones, así vendimia, ¡y me agrada! Hábiles dedos sin sortija (de la máquina, no de manos con tijera limada con lija), ordeñan de las parras granos, en tropeles, a montón, con melodías de acordeón. Las cabezas caen al plato sin segarlas la guadaña, sin derramamiento ingrato, con suma destreza y maña. Cuando el visor de carga se ciega en su madre descargan el lote, una tolva de mayor escote, para que las lleve a la bodega donde desangrarles su dote; menos la solfa derramada del pueblo en todas las calles, sin que se le oyesen ayes, por no llevar compresa alada, con un rugir de mil demonios; a la Cope de los Antonios o, siguiendo otros caminos, al Club Selecto Vitivinos. Bodegas particulares todavía queda alguna; en todas hacen fortuna en colmando sus lagares con el fruto de las cepas. Y también quiero que sepas que, en estas casas de acogida, en incubadoras se gesta que el vino haya grata vida y se prodigue en buena fiesta, que nuestro placer será doble. Como señal, ¡venga un redoble de tambores de batukada!, para que el caldo se anime; que, en oyendo, no se enfada, en controlada temperatura, para dar a luz en sala oscura; que, estando alegre, no gime. La denominación de origen 'Manchuela' en todos ellos está a mano, y mucho camino recorre su suela que hasta se bebe en el Batikano. El vino la cabeza saca, de las alabanzas que escucha, desde su agradable hamaca que en alcoholes se ducha, y en burbujas con euforia que chispean como una noria. Eco de palillos se advierte durante el secuestro del fruto que en depósitos se invierte; donde cuenta su peso en bruto, al interés que marque el grado, con fidelidad de enamorado. Las negociaciones no están rotas; ahora que los cargos anotas con un sentimiento de orgullo, con la vendimia en todo lo suyo, te entra el pánico si notas que del cielo caen dos gotas. * * * El vientre de la cosechadora eclipsa los granos en un pis pas, con unos siete metros de eslora y los motores a todo gas. Se desgranan los racimos que seduce con sus mimos y el golpeteo de sus costillas, cayendo en cinta con petate, a base de buenas cosquillas; donde las hojas protectoras que acudieron al rescate se soplan con ventiladoras. Vibrando con mucha pasión, recoge el fruto con esmero, sin descarnar su corazón, desprendido de su liguero. Hierve su sangre al sol, el horizonte se descompone; por la noche no hay sopor, el rugido se lo come, iluminado por sus focos. ¿Están los aparatos locos? ¡Ni a oscuras cierran sus ojos! Hasta la luna limpia sus mocos en pañuelos de labios rojos. Estos depredadores no dan tregua; sólo firmarán la paz y abandonarán sus 'poles' cuando oigan en la media legua el gorjeo de la torcaz que adormece a los pastores. Otoño prematuro de las hojas jubiladas por despido improcedente; la máquina pudo con las flojas, que ni se les pasaba por la mente. En la tierra, que será su fosa cuando se apague todo su aliento, cada una de ellas reposa esperando que las mueva el viento. ¡Las que dieron suministro sin permiso de Iberdrola, suplantando con su mixto la luz pinchada a cola! ¡Las pámpanas!, las baterías recargables sin enchufe, que aliento dieron muchos días, con calor que a muchos cruje, ¡en desorden por el suelo!, sin poderes en activo, apagadas de su celo, yacen muertas sin recibo. Un adagio se levanta con lastimero timbre, a los pies de cada planta, tanatorio al aire libre... * * * La máquina las filas recorre; a todas debe pasar lista; las mastica la embutida torre, sin dientes, sin dañar su vista. Con un redoblar de tambor en fa sostenido menor, granos saca del parvulario tras un masaje de temblor, como a topos de un armario. Entre contracciones nace el fruto, tras un batido vigoroso; cada cepa se entrega al luto nutriendo bandejas sin reposo por este hurto con acoso. Han amamantado en muchos soles como para decirles: ¡Que te olvides de tus uvas doremifasoles!, ¡oh, parra, reina de las vides! El racimo trompetero desgrana sus notas: van cayendo como gotas de un aguacero, en la cinta dando a luz, destinado a incubadora; se adivina al trasluz que es de aguas rompedora. Todo este, de uvas un tropel, que hará delicias de un tonel, sube hasta sus espaldas hucha por la cinta de la garrucha. El escobajo, solitario queda en su rama, parece ahorcado; los llama, pero la línea le han cortado; quedó en blanco la partitura, se ha quedado sin sus notas, y baila mecido en la holgura, todo desnudo, sin botas, en la más absoluta miseria, como un espantajo de feria. Desde su cabina imperial de transparentes paredes, disfruta de este carnaval, en su trono de cristales, que habrá de calmar las sedes con pensamientos inmortales, el operario conductor que al volante guía sin temblor la bestia que devora sin hacer la digestión, pues es admiradora del motor de combustión. Preciados granos de uva que le suben por la barriga para embarcar en la cuba, a cuyo destino se liga de mudanzas y transbordos, música de tonos sordos. Estarán siempre presos hasta seducir con sus besos bocas que hablen sin cables, con sabores formidables. * * * Catamarán de tierra firme que navega anclado al surco, sin velas para desdecirme, con movimiento terco y pulcro, cabalgando la hilera de cepas, rectas líneas de imposibles zetas; con su proa rompiendo olas sueltas con las gotas de uva que requisa, surtiendo de espuma las tuercas y hojas que se acunan con la brisa, con sus espuelas dando azotes mientras pesca para otros mares, que poseerán sublimes dotes, esquisitez de paladares, hallando en toneles su reposo como abrazos de amante esposo. Autopistas de catamaranes recolectores de tierna uva, que de las viñas son panes, seductoras para su cuba. * * * Doblen las campanas a gloria, y con bien concluya la historia; con sus platillos con tapas prensando sus muchas capas, y el hollejo con trombón, pues al vino da color y le confiere su aroma cuando en el mosto macera, obteniendo el punto y coma en esta labor primera. Infusión en su propio jugo, en cómoda temperatura, sin bolsa que sea su yugo, ¡el vino tinto es la locura! Una infusión a fuego lento, de vino, ¡mi tormento!, se arrebuja en mis papilas y en mi boca en cien esquinas. De sus restos se elabora, con destilación muy lenta, un orujo de señora con muchos grados de renta (puede rondar los cincuenta) y una lengua seductora. De la pulpa sale el mosto, en el fermentado clave, en proceso no sin costo, con el tiempo como llave. Aqui, con dulces acordes de una exquisita lira, no sobrepasan los bordes las fiebres que respira. * * * A todos llega su cargamento que les hará 'prensar' un poco, sin estrujarse mucho el coco ni pasarse en el tanto por ciento, en la sentencia puesto el foco. Deben concentrarse en su defensa, sin descartar nada que no sobre, para conseguir un caldo noble, con una buena rueda de prensa. Se ha de procurar que el detenido en los lindes del viñedo no se convierta en forajido, con presunción de inocencia cero, aunque tampoco sea un cordero; y se le quiten las esposas para ser, de tintos o rosas, un vino serio, que plante reto, poniendo en valor su peso neto. Ha de ayudársele en su calvario, aunque sea de negro azabache o se pinte de fornido ario; pues, que se escriba o no con hache, sólo depende de su sudario. El fermento al mosto cambia de camisa en proceso contra la Ley Seca, cuyos azúcares el juez requisa, dictaminando que no se peca; aunque observa indicios de delito, con la prisión incondicional fijando la pena del proscrito, hasta que sea puesto en libertad con el pago de una fianza justa para el paladar del que degusta. Ni encoge ni se puede estirar, se transformará el mosto en vino en su encierro prisionero, a oscuras, lo quiere su sino, y lo hemos de acatar, no cabe ningún pero. Tiene tiempo por delante para vestirse en buenas prendas e ir modulando su cante, para alegría de las haciendas. El fiscal presentaba cargos para detener a la levadura, pero tenía los pies muy largos y escapó sin perder la compostura. Esperemos que este cara de vinagre no obtenga una orden de registro, meta las narices de ministro y algún dulce lote nos amargue. El abogado de oficio aconseja en estos casos hacer uso de los vasos para calma de su vicio. La cosecha de este año augura unos caldos con mucho aroma, que serán de paladares cura. y no les faltará una coma. ¡Que no te engañen!: Si tiene pitorro, se toma en los hogares por el morro; mas, si hay tapón en orificio, lo sirven restaurantes con oficio, en siendo vino de crianza, reserva o gran reserva. Entiéndase la jerga, si la caja lleva grifo, varón será, ¡y castizo!, el que incline la balanza. ¡Loor!, ¡tintos formidables, de Quijote con su lanza; vinos rosados y blancos, a juego con Sancho Panza; que reposan en los bancos de las inimitables cooperativas de Villamalea! ¡Chúpese los dedos quien lo lea! La sentencia dictarán jueces sin toga, sumillers de cata ancha y poca soga. ¿Quién dará carta de libertad al vino de San Antonio Abad? Caldo de buen grado y calibre que al descorchar será libre y nos deleitará en una copa que en nuestros labios se arropa. ¿Quién dejará libre de cargos al de los pantalones largos (Vitivinos, para más referencia), cuyas obras merecen reverencia? Vino, de muchas madres hijo, en muchos vientres cobijado, que nunca tuvo un puesto fijo; y no por eso muestra enfado, pues la prisión lo ha modelado. La cárcel les ha puesto precio y les ha dado personalidad, un carácter grato y recio; al pupilo del Antonio Abad como al ahijado de Vitivinos, viajeros por mil caminos. Su metamorfosis es única, y en todas partes encajan; basta con descorchar su rúbrica, o el grifo abrir de su caja, para apreciar su buen paladar; con amigos, ¡placer es brindar! © Diego Tórtola Descalzo © 11 de Febrero/12 de Agosto de 2020 |
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