LA MUERTE Y LA DONCELLA

La muerte y la doncella




=======================
LA MUERTE Y LA DONCELLA
=======================

 

Como estrella marina varada,
sobre la tela dorada del lecho,
por helada espada traspasada,
yace con la cara mirando al techo
la doncella de triste mirada.

 

Su pálida piel, esculpida en marfil,
de frágil costa abatida por olas,
lívida y presa, ocupa su cubil;
su cabello, como cascada de colas
de oro derretido, de fuego llameante,
sobre sus hombros extiende su manto,
acariciado por luz interrogante,
sin que por ello aminore el llanto.

 

Cerradas las cortinas de sus ojos
-dotados de pupilas de esmeralda,
de graciosas órbitas cerrojos,
preciosas perlas de oculta valva,
enjauladas bajo simples pestañas
cuya sombra suave ara sus mejillas,
convertidas en campos de arañas-,
duerme sin soñar, tras las mirillas.

 

Humilde su apéndice nasal,
carente del aleteo de la vida
por haber traspasado el umbral
por cuyos fuelles es movida,
chocando con el fiero larguero
aguadañado del buhonero
del lúgubre son mortal.

 

Sus labios, ligeramente entreabiertos
por el beso de la muerte, rojo carmín,
que a los vivos transforma en huertos;
con trémula sonrisa de bello jazmín,
aparecen como islas en la blancura;
vieja fecha de caducidad,
sellada en flor cada comisura
con una sonrisa de bondad;
sin pintalabios de filo angosto,
sin barra de labios sus labios;
labios naufragados en su rostro,
sumergidos en polvos centenarios,
engullidos por la calavera,
derretidos como la cera
en lenguas de hoguera.

 

Su cuerpo, largo y delgado,
de armónica silueta,
para el amor rico prado,
exiliado antes de meta,
encarnación de belleza natural,
es obra de arte, marchito rosal,
condenado a la caseta.

 

Aparenta estar dormida
en un sueño sin fronteras
tejido en tela florida
con agujas y tijeras;
aparece en apagado reposo,
entre trágicas notas,
de la mortaja al foso
para polvo y chichotas.

 

A lo lejos, el graznido de gaviotas
irrumpe, al silencio contrariando,
resaltando su extrema palidez,
los ramos de violetas enfilando
el fúnebre cortejo, con rigidez.

 

* * *
La muerte, esqueleto sin remaches,
descansa en su regazo de trémulos vados,
semejante a lecho de azabaches,
como ramo de huesos destartalados,
fijas sus enormes cuencas vacías,
en oleaje mecidas; de cuyo hecho
se ha truncado el futuro de sus días,
habiendo disfrutado escaso trecho
del camino andado en su provecho.

 

El esqueleto es de la muerte prospecto,
armazón de arquitectónico friso,
intrincado laberinto, de huesos trayecto,
rompecabezas de ensamblado preciso
transformado en erial de buen guiso.

 

El corazón de su estructura es el tronco,
vano pilar central de la mansión vital,
cadena de vértebras de crujido ronco,
con estremecedor sonido fantasmal
de metálico reptar de serpientes
por columna de partitura musical,
con notas espinosas y estridentes.

 

Las costillas, como barandas de escalera,
son los escalones del perdido aliento;
la caja torácica, del corazón madriguera;
del esternón y costillas convento,
dignos barrotes de aula tan latida;
lo dejó evadirse, se fue de fiesta,
huyendo de la jaula como paloma
sin permitir su íntima doma.

 

El cráneo, huesudo casco resistente,
protector del tejido cerebral,
fiel guardián de la mente,
óseo fósil, cúpula celestial
del universo de los vivos,
con sus estelas de pensamientos,
tesoro más preciado que astros y divos,
fortaleza de complejos alientos,
estructura de huesos fusionados,
como piezas de rompecabezas;
un puzzle de trozos suturados,
constituyentes de las cabezas;
soporte de la cara y los sentidos,
con huecos cavernosos para ojos,
oídos, nariz y boca de gemidos;
oscura pasarela de despojos
de vista, oído, olfato y gusto,
cercén de guadaña del disgusto.

 

Entre macizos de flores trémulas
se extienden los huesos de los brazos
como ramas de árboles sin fémuras,
articulados con precisos codazos;
como teclas los huesos de la mano,
junto a rótulas, peronés y tibias,
en amplia gama de movimiento ufano,
sin deleites carnales, sin lascivias.

 

Huesos entre remolinos de encaje,
bajo la piel de pómulos marchitos,
dejan pasar la oscuridad salvaje
sobre las sombras de nocturnos gritos.

 

De la muerte tenebrosa
¿quién besará sus labios sin labios,
su boca sin boca, fosa,
sino la doncella que la invoca?

 

PINTALABIOS ROJO
Sabroso carmín de pintalabios
que una eterna sonrisa adereza
en las difuntas de bellos labios,
ya sin movimientos ni destreza;
rojo maquillaje que estremece,
implantando un recuerdo imborrable
que en nuestra memoria reaparece
como labios de boca inmutable
cuyos bordes añoramos todos
con una pena que no se olvida,
que no se dispersa por los codos,
allá donde nuestro afecto anida;
sentimientos amargos y tristes
agitan sus alas con penuria,
buscando en el recuerdo alpistes
para nuestra mente dolorida;
la nostalgia envuelve nuestra piel
de una cáscara inmune a la quiebra,
alma con corteza de papel,
alerones sujetos con hebra.

 

Carmín que decoraba sus besos,
apagados por falta de aliento;
en la oscuridad sus ojos presos
con las manos exentas de tiento;
y la voz, con su adorable timbre,
ni en total silencio se distingue.

 

Carmín de labios trémulos, finos,
que ya no marcarán mis mejillas
con su color de sabor a pinos,
heridas por irritantes quillas
donde mis lágrimas forman flota
desde que su voz quedó en derrota.

 

Se ha llevado sus ojos consigo,
que serán nísperos en sus manos,
tan entretejidos como el trigo;
canicas serán de los campanos;
servirán de piezas de repuesto
cuando en sus cuencas broten hoyos
y en las narinas sus escollos;
sin quedar de las orejas resto;
cuando se produzca la orfandad
del arco de color en sus iris,
preciosas perlas de la bondad
que raudas se harán los haraquiris.

 

Siendo todo un lujo el maquillaje,
una costumbre tardo implantada,
con tal vestido tendrá linaje
cuando el telón cierre su cascada;
también son bellas sin la pintura,
pues no vende cuadros el afecto,
y para el dolor no existe cura
que remedie un buen color de aspecto.

 

Lívidos labios de jazmín,
labios sobre dientes esmaltados,
como las flores del jardín
transplantadas de los prados;
partidos de tanto partir
las palabras con abrelatas;
cicatrices sin porvenir,
si provienen de las culatas.

 

Labios cerrados para siempre,
interrumpido el don del beso,
facilitando que se tiemple
el duro y descarnado hueso;
encasquilladas sus gargantas
por explosiones de vocablos,
de las cuerdas vocales llantas,
serpenteadas por los venablos.

 

Se paralizó la corriente
motora de sus engranajes,
su falta de aliento no miente,
en sus piezas faltan encajes;
retroceder es imposible ya,
y..., avanzar, ¡una quimera!;
sin permiso de circulación va,
sin liquidez la calavera.

 

Amado cuerpo, ¡qué tristeza
dejar que la metamorfosis,
en agujero de crudeza,
transforme tu cuerpo sin dosis!;
por fortuna, retornarás a tu aurora
como el astro rey que los cielos decora.

 

SER O NO SER
Mecanográficas pestañas
pulsadas con tactos suculentos,
corrido el telón de las legañas
tras los agónicos momentos
en que la vida se extingue,
se corta y se apaga,
con pinceladas de pringue
en manos sin paga;
remeras de lágrimas tristes,
de los párpados costura,
cosidos en eternos mimbres
de venturosa sutura.

 

Nuestro cuerpo no responde ya
al vital interrogatorio
de la cuestión: 'ser o quizá',
yaciendo en lecho mortuorio.

 

Ya no viven los encajonados
en la oscuridad de sombras llena,
entre seis maderos encajados,
ni con caballo inyectado en vena;
aunque sería muy de su gusto
no padecer tal confinamiento,
emparedadas piernas con busto,
sin sentir la caricia del viento;
certificado de defunción obliga
a sudar su cuerpo como en liga.

 

Privados de comodidades,
sin nada que llevarse a la boca;
viajeros del inframundo Hades
en sus naves de piel de roca,
no tienen con quien hablar
en lenguaje de lenguas muertas;
no pudiendo la sed calmar
sus gargantas sin compuertas,
sin ánimos para respirar
y recibir las vueltas.

 

Aun así, no formalizan queja
estos cuerpos inanimados
por hoz de segador que no ceja,
huéspedes de los cuadrados
de la posada del sueño sin fin.

 

No siempre llegan cuerpos completos,
en buen estado, dándose postín,
queriendo jugar a los pies quietos,
sin que ningún miembro les falte;
en otros, por el hueco se adivina,
o por los brillos del esmalte,
o por los puntos que tapan la 'mina'
de la extracción de órganos internos,
ocultos al escrutinio de la mirada,
notas en autópsicos cuadernos,
con punta de bisturí, filo de espada.

 

Nada se puede echar de menos,
no siendo fácil captar la merma
ante la tormenta de truenos
que se abate en tierra yerma.

 

Llegan muchos cuerpos rotos,
cosidos o remendados prestos;
pero ingresar en estos cotos
supone quedar para los restos,
sin reclamaciones admisibles,
carentes de actividad, sin luna,
ni siquiera menguante, libres,
sin velo para salir de cuna;
quietos viajeros de línea parada
en los dominios del misterio,
cuyo billete a eternidad se taladra,
sin cancelación el cautiverio.

 

Mucho menos satisfactorias
resultan las bolsas de trozos
de las carnicerías mortuorias
ejecutadas sin sollozos
en las fosas de las cunetas
cuyo paradero se ignora;
de los aniquilados vetas,
buenos caldos para la flora,
supermercados de las chuletas.

 

Desalentadora es la espera
para el hueco al que la luz
mortifica sobremanera;
descarnados huesos de bambú
suele recoger como fruto,
tras segar y trillar el destino,
la fosa de restos en bruto,
de brazos como aspas de molino.

 

Es pagaré la vida a vencimiento incierto;
a 30, 60 ò 90, vencen los pagos;
con un rumor como de viento del desierto
al que no detienen los floridos halagos.

 

La muerte es dura sentencia, fin de ruta,
para el atroz delito de vivir;
pena que tarde o temprano se ejecuta,
armado el brazo que ha de intervenir.

 

* * *
Contemplan las cuencas vacías,
desde el interior de sus cajas
-la boca con dientes sin encías,
las caderas sin ánsias de fajas,
con una pena que roza lo grave-
los huecos en estado vacante
-a regañadientes, ¡qué duda cabe!-,
que descarnarán al ocupante
que llega sin ningún resuello,
con cierres que no dejan mirar;
llaves de cal tapan el sello
de los que llegan por puro azar.

 

Duele sufrir el eterno encuno;
no apetecen en modo alguno
estos cubículos sin vistas,
ajenos al viento sin aristas;
apartados que nadie quiere estrenar;
sin voluntarios para este palomar,
ningún vivo levanta el brazo
ni para panteones del feudo;
pero, ¿quién se libra del zarpazo?,
¿quién está libre del adeudo?,
¿quién es el que a ocuparlos se presta?
¡Nadie, ni aunque les honre la orquesta.

 

Pero el nicho espera paciente su turno,
abiertas sus hondas fauces oscuras,
paciente, sin inmutarse, taciturno,
mientras recorre el tiempo sus llanuras,
anhelante por llenar su vientre ávido
con restos mortales de rostro pálido
en su repositorio de mortajas
para difuntos cuerpos y sus cajas,
a perpetuidad, dilatado plazo,
para descomponerlos en su cazo.

 

Que no se incomode ningún ocupante
ante la estrechez de la dura estancia,
a no ser que sea de tamaño elefante
y no quepa por la abertura rancia;
y, por falta de banalidades y lujos,
no consta que hayan presentado quejas
a la autoridad competente, sin tapujos;
que no está el pesebre para criar ovejas.

 

No consta que algún enojado difunto
haya transmitido a gritos su disgusto;
de tales casos no hay constancia, y punto;
faltaría estampar su firma a pie de tumba
para poder tramitar su reclamación;
y ni con acompañamiento de rumba
se avendrían a proporcionarle butacón;
no existe mecanismo que lo permita,
sería preciso instalar un buzón de voz
conectado al defensor del muerto, ¡quita!,
o un teletipo para transmitir el S.O.S.

 

* * *
La rueda de los sentidos gira,
reflexión de espejos paralelos,
alternancia entre gozo e ira,
sin firmamento para los celos;
el no ser aquí descansa quieto,
impasible a sufrimiento alguno,
en reposo el armazón del peto,
ajeno al consorcio del consumo.

 

No existe nadie más paciente
que un cadáver ojicerrado
afrontando el eterno puente
en su féretro limitado;
un artilugio sin achique,
de plástico, cartón o madera,
que para perfumes es dique,
y para líquidos agüera
en los brazos del sin fin;
para la muerte botín.

 

Mas, ¿por qué la has de temer,
si, cuando desaparece el sol,
en llegando el anochecer,
fin de sus caricias de ababol,
más allá va desplegando sus alas,
mostrando todos sus encantos
a los que andaban en velas de galas?

 

Ya volverán, despuntando el alba,
en su lucha contra la noche oscura,
sus esplendorosos colores malva
sobre su trono de firme postura
con su resplandeciente corona,
que despierta a la vida y la entona.

 

¿¡Por qué has de temer la muerte
si cuando el sol se levante
renacerá la vida, más fuerte,
gozo de tus ojos, brillante!?

 

* * *
Madre, padre, hermano,
¿dónde encuentro tu mano,
para darte consuelo
en este santo suelo?

 

Tumbas alejadas del presente,
cuyo recuerdo se ve reducido
en la nueva descendencia creciente;
tumbas de pretéritas eras nido,
cuya historia se acaba olvidando,
viejos claustros de huecos sellados
cuyos nombres se van desmontando
por las inclemencias con enfados,
unidas al cociente sol de cada día,
los enemigos de toda losa fría.

 

Dentro, sólo polvorientos restos,
meros huesos, pelos y pieles secas,
de los que pagaron sus impuestos,
atadas con cadenas sus muñecas.

 

* * *
Incógnitas son los nichos vacíos:
¿A quién premiará el infortunio
acogiendo en su morada sus ríos
en la alta marea del plenilunio?
¿Quién será la próxima víctima mortal
que en la oscuridad de una celda se albergue
depositado en una caja señorial
sobre la cual ni osada hierba se yergue?

 

Los ocupados son corpóreos suspenses:
¿Hallarán el cuerpo incorrupto y curado?
¿Será un amasijo de huesos corteses
forrados de pelos y cuero callado?
¿El gato de Schrödinger se hallará vivo,
estará a disgusto, maullando en su interior?
¿O estará muerto, sin causa ni motivo...?
¿O pelos y señales darán resplandor?

 

A veces, no llega el muerto al hoyo,
incinerado en su propia salsa,
en horno ni de pan ni de bollo,
crematorio de cuerpos sin farsa;
polvo desecado de la balsa
en que su constitución se bañaba,
escapando veloces sus gases,
tiritando el hueso de la taba,
crepitando entre brasas y flashes
hasta quedar en polvos y cenizas
para alimento de urnas funerarias
o arbolitos de memorias rollizas,
en jardines, con rezos y plegarias.

 

Polvos que remueven las conciencias,
a las larvas privando de alimento,
bordando los campos de las ciencias,
evitando el despojo amarillento;
tentando los dados del destino
con manos que cortan la baraja;
no son los polvos brotes de lino
para boca de ovino, con paja.

 

* * *
Los días pasan acuchillados,
discurren sonámbulas las noches;
¿quién entierra difuntos en los prados
desgarrando el hilo de sus vidas,
frotando sus manos en agua regia,
como Pilatos, por estrategia?

 

De consciencia, distinto plano
alcanzamos al fenecer,
sin solución en el taller
ni aun para la más diestra mano;
sin que nos sea posible opinar
lo que se siente en tal estado,
energéticamente leve, fatal,
ni como ficha ni como dado.

 

¿Algún sexto sentido acomodado,
sin aliento en nuestros pulmones,
y con nuestro corazón encallado,
cosido en las costillas con botones,
permitirá experiencias en la grupa
ocultas a la ciencia de la lupa?

 

EL DESTINO INFALIBLE
Nada nos reduce la insigne pena
por la pérdida de un ser querido;
bien tras larga enfermedad dolido
o por expiración súbita y plena,
sin tiempo para abrazar la despedida;
doloroso, ocurra como sea,
sin consuelo venido con polea,
como jarro de agua fría en alma dolida.

 

Sólo nos queda un último recurso:
dar digna sepultura al ser amado,
con palabras de elogio en el discurso
y guardar su recuerdo bien guardado.

 

Queda el eterno descanso en buenas manos,
amasados restos mortales en hoyo,
hueco que traga los restos humanos,
desangrando jugos en su arroyo;

 

Dolidas quedan aquí nuestras manos,
en esta agitada orilla, con pena;
recorre el espectro infinitos llanos
alumbrados por la luna serena,
sin la carga del peso muerto
surcando las ondas del espacio
por las estelas del cielo abierto,
buscando el cristal de topacio.

 

Príncipes y poderosos reyes,
humildes y potentados sujetos,
sucumben a las divinas leyes
y se suben al barco de los quietos
que los espacios navega sin timón
con destino que hasta ignora su patrón,
sin que mire por el hombro su cabeza
lamentando las riquezas que abandona;
perdidas miserias para fiel de jueza,
cubiertos los ojos con lloro de lona,
cada vez más lejanos en distancia,
la mirada fija al frente inamovible,
viendo obrar al timonel con elegancia
por oscuras corrientes de eco inaudible,
rutas raudas de fogonazos feroces,
viajando a la velocidad del rayo
hacia improbable orilla de eternos goces;
de paradójicas formas su tallo,
sus ramas de perpetuo suspiro,
sus hojas de hipotéticos relojes,
descritas sus saetas en papiro,
de las que se estiran si las coges.

 

Atrás quedaron los cuerpos yacentes
desbordando sus fluidos corporales,
caldo de cultivo de pretendientes;
proliferando gérmenes fatales,
con multitud de cepas de amplio espectro,
en su lucha a muerte formando gases,
actividad que detecta el electro;
asegurada corrupción por fases.

 

¿Habrá gálibo de agujas
en los pasos fronterizos,
para desvío de granujas
hacia el mar de los erizos?

 

Y, ¿los escasos elegidos
gozarán del huerto divino,
allí construyendo sus nidos,
recibiendo el maná y el vino?

 

El huerto de Getsemanías,
es reconfortante a la vista,
sin que las noches y los días
muestren de su presencia pista.

 

Será espiritualmente grato
inscribirse en Libro de Vivos
con letra grande de contrato,
nombres y apellidos cautivos.

 

La contraseña marca la diferencia,
por la fiel conducta de toda una vida,
abrelatas de su oportuna presencia,
hallados deseables en buena medida,
aptos para las gloriosas estancias;
nada de números y letras en clave
para gozar de exquisitas fragancias,
sino por haber sido, del mal, jarabe.

 

Los burócratas corruptos en mortaja
no brotan por estos lares fraternales;
su misma naturaleza de navaja
les impide el acceso a los corrales;
les reclaman las cloacas turbulentas
que rezuman ponzoña y podredumbre;
han de rendir a las tinieblas cuentas,
hasta arder en la llama de la lumbre,
cuyo aliento es un compost aglutinado
de avisperos con punta de aguijón
y alambradas de campo de exterminio;
donde matar al muerto es ilusión,
según reflejan datos de escrutinio.

 

Dicta el grado de maldad concentrada
la posición en la escala de frecuencias;
con las más graves la suerte está echada
en esta comuna de grandes turbulencias,
con desgarradores gritos y alaridos,
y subterráneos ayes reverberantes;
en la cumbre cósmica los más dolidos
por los golpes de látigo sin sedantes;
endentados en esloras sin pretiles,
en la base de las órbitas más viles,
los de delitos menores en montaña,
pespuntada con alambre la pestaña;
sin pausas para el almuerzo,
sin domingos ni festivos,
sin vacaciones en el Bierzo,
con el sueño en los estribos,
sin convenios colectivos,
sin aromas en remanso,
sin lecho de descanso.

 

Nadie escapa de estos muros
sin cumplir la pena impuesta;
ni aun con salto de canguros,
tan alta asciende la cuesta.

 

HUÉSPEDES PERENNES
Recinto de desprendidos seres,
huéspedes de las mañanas mudas
donde te recogen cuando mueres,
marchándose las almas desnudas;
asilo de reposo para ropas,
hatillos con tejidos humanos,
soñolientos en la noche de popas
cuando los barcos cruzan los años,
pesadillas de materia oscura
apalancadas en las eras;
huesos de saetas con holgura,
apresadas bajo sus esferas;
párvulas trompetas de tristeza
en las infantiles sepulturas
que lloran las madres con viveza
y los padres rebajan cinturas;
violines de nostálgicas notas
por los padres derraman acordes
en las tumbas que calzan sus botas,
precintadas las juntas y bordes;
añoran las madres y las hijas
con ojos que avivan las memorias,
borrando los años como lijas
el fuego de las jaculatorias;
lloran las esposas a los maridos
y los maridos a las esposas,
tristemente sucumbidos,
enterrados en las fosas.

 

Recuerdos que reviven escenas,
caricias cerradas de golpe;
se encasquilla la sangre en las venas
y el corazón se vuelve torpe.

 

Albergues tapiados con yeso,
con su número distintivo
que indica el tamaño del beso
perdido en tumbas sin recibo.
Las letras de esquelas y consejas,
con su esquelético suspense,
como ojos caen de sus bandejas
con el certificado forense.

 

Panteones con sus cerraduras
en puertas guardianas con rejas,
de ricos difuntos monturas,
como lentes en las orejas;
los de mayor rango del lugar,
prisioneros en su riqueza;
para la familia, palomar;
postulando aires de grandeza,
con vidrieras en las ventanas,
de coloridos eclesiásticos,
que hasta de morirse dan ganas,
curtidos de escudos dinásticos.

 

Tumbas cubiertas con pétreas losas,
ángeles protectores y glosas;
con sus epitafios y sus cruces
desde que el sol enciende sus luces.

 

Lápidas de todo tamaño y grosor,
indicando fechas, nombres y edades;
de entre todas, lo mejor de lo mejor,
en competencia de frivolidades;
fatuo privilegio de vivos
que giran en vanos tiovivos.

 

Muchas flores calman la vista,
mitigando la contundencia
en los ojos que pasan lista
con la boca en efervescencia;
el visitante se sobrecoge,
contemplando lo que le aguarda
cuando la guadaña allí lo arroje
en una peripecia parda;
cuando pise sus sueltas hojas
el siniestro atizador de estoques,
el de las cuencas infrarrojas
que derriba firmes alcornoques.

 

LOS INCOMUNICADOS
A la Autoridad que competa,
pido se instale un locutorio,
declarándolo como meta,
en el aposento mortuorio;
que los dos mundos una y contacte
para establecer una charla
y estar al corriente, Dios mediante,
con nuestros seres de la guarda;
pues acontecen muchos hechos
que susurrarles sería un placer
para alegrarles en sus lechos
ubicados sobre pétreo somier.

 

Una centralita de bola de cristal
que conectara con el más allá
para charlas de carácter terminal,
sería tal invento que... ¡ojalá!

 

Nos permitiría averiguar su estado
y narrarles los últimos sucesos
e inquietudes que ruegan su aprobado,
a más de soltarles sonoros besos.

 

En su defecto, es posible que,
si aplicamos correctamente la oreja,
percibamos su estado con corsé,
que no nos lo van a poner en bandeja,
por vía telepática adjunta,
sin que resuenen los yunques;
listos para sacarles punta
cuando su sentido te preguntes.

 

Los inquilinos del mortal desfiladero,
presos en su estrecho cubículo desventanado,
no reciben visitas en su invernadero,
desprovisto de puerta de entrada, todo tapiado;
lo que excluye el uso de maestras llaves;
tampoco pueden salir a darse un paseo,
al menos con el cuerpo puesto, ¿sabes?;
el esqueleto han de dejarlo en el sesteo,
pues, tan preciosa pieza de ingeniería,
podría romperse en las noches de orgía.

 

De día y de noche, insomnes mudos,
gozando de la paz de su tiempo muerto,
con las telas de su arcón como felpudos,
apilando arenas de su propio desierto;
sin abstracciones, sin tic-tac de reloj
que pudiera perturbar su sueño eterno,
embarcado en nave con forma de troj,
rectangular cubierta fija con perno.

 

En páramo habita, nube de diretes,
sin conexión externa de wifi o red,
el hueso duro rayado, sin filetes,
sellada su boca, la lengua sin sed,
en proceso de destrucción de datos;
la pantalla visual sin pixel que bulla,
rígidas falanges sin textos natos;
periféricos sin graznidos de grulla.

 

En este reclinatorio de desierto,
hay altos cipreses erguidos, opino,
para regalar sus sombras como injerto
al madero de las sombras del destino;
sombras que proyectan rectos sus regueros,
antenas que pinchan nubes de tormenta;
cerradas las taquillas, cubas de sueros,
escenas con el cuerpo que se lamenta,
sólo imaginable al son de laúdes,
sin botellón de alegres juventudes.

 

Lugar inapropiado para bailes
o conciertos estridentes de mal gusto
que perturben la quietud de los frailes,
finados con hábitos cubriendo el busto;
censuradas las expresiones de júbilo
aunque ignoramos si se sienten molestos
o son dichosos en su postura de público,
reverdeciendo los tallos de sus tiestos.

 

Los que yacen enclaustrados en sus tumbas
se tomarían con placer una cerveza
con los roqueros, y música de zumbas,
a la luz de medianoche, con limpieza.

 

LOS OJOS NEGROS
Los negros ojos de los nichos en fila
van disminuyendo, ¡cada vez son menos!,
están más solicitados que la tila;
cuencas abiertas que aguardan sus estrenos,
en los que se han de cegar con cataratas,
llenando las cuencas con sus invasores,
que llegarán dentro de cajas baratas
y una multitud de coronas de flores;
serán todas las estancias ocupadas
con lentos toques de campanas dolidas
que repicarán por las calles heladas
con un derrame de lágrimas rendidas
que descenderán por las mejillas
de las queridas gentes sencillas,
la familia de los arrebatados seres,
que pondrá la vista en lo alto del ciprés,
nublado su horizonte y falto de placeres,
porque la muerte nos vuelve del revés;
es difícil rellenar el hueco abierto
en el corazón del mermado lar,
donde abre tal hoyo que lo deja tuerto,
sin mosto para prensa de lagar.

 

Mosaicos de lapidaciones
con piedras de duro granito
-grabado, con fuertes presiones
del cincel de broca, lo escrito-,
van rellenando el colmenar:
paredes de profundas celdas
donde se reteja al azar;
corpórea miel entre las cuernas
que son lamento de tapadera,
putefractándose en la caldera.

 

Parece guiñar el ojo la luz que inunda,
al irrumpir en sus moradas caja nueva,
las solitarias calaveras en su funda,
rompiendo las tapas del yeso que las ceba;
saludando al compañero al que se allega,
miembro de su familia, de nuevo rota,
sajada como los trigos en la siega,
rompiendo su soledad en la derrota;
mudada sobre carne su osamenta,
como piezas de un rompecabezas,
servirá de faro, está contenta,
al grato acogido en sus realezas.

 

Tal vez, unidos al son de sus latidos
por lazos de matrimonio conyugal,
cuando formaban familia con sus nidos,
se miran, yacentes, como en cristal;
escabullidos sus cuerpos a la sentencia
que limitaba su unión hasta finar,
traspasando los límites de la existencia;
nueva luna de miel sin paladar.

 

Los emparentados por casta,
que yacen bajo el mismo sepulcro,
viajeros de dicha nefasta,
durante su viaje bronco y pulcro,
funden sus huesos en fraternal abrazo,
con la vía muerta de su destino en lazo.

 

Los besos del Hades saben a carcoma
en lívidos labios por siempre sellados,
privados del aliento que no se toma;
con moneda en la boca van equipados
para cruzar la frontera liviana;
para disfrutar de fiesta y jarana
tarjeta de crédito muestran algunos,
otros se presentan con aval bancario;
¿pagarán banquetes, pasarán de ayunos
o querrán evitarse cualquier calvario?

 

'-¿Algo que declarar?'- no será la pregunta
que permita el paso de toda alma difunta;
dictaminará la justa balanza de pagos,
que no desvía su fiel por sobornos ni halagos.

 

COMPAÑEROS DE VIAJE
¿Cuál será de las conversaciones el tema
que se sostendrán entre nichos aledaños
por los ocupantes que cuenten su dilema
durante su ociosa eternidad en los caños?

 

Quizás fueran vecinos en vida
con sus amores y sus rencillas.
¿Hablarán del tiempo y la bebida
o del malestar de sus costillas?

 

¿Repasarán sus anécdotas remotas
o guardarán un riguroso mutismo
en el interior de sus cerradas cotas
sin lugar para discordias ni turismo?

 

Una buena reconciliación sincera
vale más que mil silencios rotos
por mudas palabras en plena carrera,
lanzadas por gañotes remotos.

 

Ya es tiempo de firmar las paces
y rubricarlas en sus cenizas
con sus índices pertinaces,
filos de uñas cual navajas suizas.

 

Se agradece un apretón de manos
con virtualidad formalizado,
atravesando los muros planos,
olvidando cismas del pasado.

 

Estos panales sin miel de abejas
por muchos años serán su amparo;
la unión les transformará en ovejas
que digerirán el pienso jaro;
la unión hará más llevadera su nada
y la afrontarán hombro con hombro
armados con una imaginaria azada
que les despejará de su asombro.

 

Es posible que riñeran antaño,
y que se amaran no se descarta;
cualquier suposición no hace daño,
como boda provista de tarta.

 

Los que persistan en sus rencillas
apretarán sus pérfidos morros
al final de las celestes millas,
excluidos de los alegres corros;
descarrilando sus óseas piezas
como mandíbulas trapecistas;
los ojos con huesos de cerezas
taponando el boquete, sin vistas;
para respirar invalidados,
ellos, los de las lenguas mordaces,
se las morderán atribulados,
desparramando sangrientos haces.

 

No se percatan del tiempo que corre
sin sus diapasónicos latidos;
es cegador el reloj que les borre,
y sus toques perecen dormidos;
ni tampoco les concierne mucho
a todos estos mortales restos,
testigos en la boca de un chucho
de la fragilidad de sus tiestos.

 

Si a sus vértebras dieran de cena
sus copos de entrañas polvorientas,
podrían tener relojes de arena
más rigurosos que los de a tientas.

 

¿Qué conversaciones tendrá las filas
de los que ocupen nichos en columna,
en su lengua vibrando las papilas
con correctas frases de buena alumna?

 

Que los subordinados, puede darse el caso,
estén por encima de sus antiguos jefes
en la misma columna sepulcral, al raso,
puede suponer ofensa de mequetrefes,
por no respetar las convenciones del rango,
irritando a sus jerárquicos superiores,
que no pueden rascar el picor por el mango;
existe una solución para estos señores,
que no ofrece ningún problema, muy sencilla:
no darles nunca, es fundamental, la espalda
a los que reposen sobre su amada casilla
y sean indignos de tal posición de guirnalda.

 

Que miren con diferente perspectiva
las posiciones del fúnebre estamento,
sin arribas ni abajos para la criba
de los cuerpos derrumbados, sin cimiento,
en deterioro progresivo, sin cura;
inservibles como piezas de repuesto,
los chasis desmembrados por la fractura,
descompuestos, como división sin resto.

 

¿Qué importa el nivel si caen desde la cumbre,
borrando sus pasos del podio glorioso,
con su futuro en total incertidumbre,
sin influencia ninguna en su estanco foso?
¡Si han de pagar el mismo tributo,
más arriba o abajo en el luto!

 

¡Dense un abrazo de hermandad amistosa
con sus brazos comidos por la polilla,
restos de tejidos en poética prosa,
y sea su estancia llevadera, de guilla!

 

¡Remen en la misma dirección la barca
ahora que la mar con la calma se abarca,
sin trueno de tempestades a la vista,
entre acordes de guitarra y de flautista!

 

EN LA MISMA BARCA
Los difuntos con toma de tierra
que reciben la cruz como señal,
sobre la losa que los encierra,
son de ramas del mismo nogal;
familias con idéntico apellido
que juntas surcan profundos mares
en barcaza con el rumbo perdido,
en periplo de infinitos lares
por los canales del más allá,
encadenados como eslabones,
moviendo remos sobre el sofá
al compás de sirenas de sones.

 

Gotas se derraman de sus velas,
castigadas por vientos de luces
que soplan sus henchidas telas,
recolectoras de húmedas cruces;
gotas que son lágrimas de arena
a caballo de ráfagas buces,
como de telas de araña en pena
en ojos con párpados lacrados
y bocas remendadas con cabos;
cuencas de calaveras sin ojos,
cegadas por dosieres de polvo,
cuyos rostros anhelan remojos
con semblante tembloroso y torvo,
navegando la barca en deriva,
a manos libres, suelto el timón,
frente a rocas que rugen de arriba,
el mar picando carne en sazón
sobre remolinos de escollos
que semejan pieles de pollos.

 

Paladas como clavos de Cristo
abrieron el vientre de la furia
para trocar ataúdes en pisto,
a cuentagotas de la penuria.

 

Suerte si, al amarrar en puerto,
facturan los pasajeros todos,
a despertar en rama de injerto,
en podando sus malos recodos.

 

Bajo las lápidas familiares
todos guardan algún parentesco,
adictos a idénticos cantares,
mudos frente a su estado dantesco;
ellos, los que pagaron la barca
con viles monedas sin tintineo,
del colchón sacadas y del arca;
escapar de la muerte, su deseo.

 

Sin mercado que restaure vidas,
en descomposición orgánica,
¿qué calmará sus gargantas rendidas?,
¿a la muerte pedirán árnica?,
¿exprimirán sus vientres el jugo,
sin botellas, ni vasos, ni latas,
que ofrecer el piadoso verdugo
a su boca de apretadas catas?

 

Mellados abridores de huesos
abrirán de las tumbas las tapas
cuando los vivos pierdan los sesos
y se acumulen formando capas
cada indefinido cierto tiempo;
engullidas las nuevas entrañas,
desarboladas por fuerte viento
en el lago que sorbe con cañas,
cavidad de triste embarcadero
-para viajeros de la desgracia
de finas pieles, que no de cuero-,
que de chicha y mollas no se sacia.

 

BURGUESES Y PROLETARIOS
Todos los ojos miran con envidia
a los enterrados en caravana,
en su poderoso panteón de lidia,
como si fueran en busca de lana,
como yendo a banquete de dioses;
que ya ni vivos ni muertos les toses.

 

Su descarnamiento inician en el lujo,
con puertas con vidrieras dando paso
a su tumba encantada con embrujo,
con la vista en el sol en el ocaso.

 

Visten sus cuerpos con ropajes de seda,
dientes brillando en sus bocas, de oro,
en intimidades de toque de queda,
tallos de blancas flores en coro;

 

Ocupan los vientres de las paredes,
almohadillados en sus regias cajas,
selladas con honra de mercaderes,
con toque de trompetas y sonajas,
redoblando el tambor con sentimiento,
precedidos por repiques de campana
que saben dibujar la tragedia humana.

 

-¿Quién viene? - pregunta la hendidura.

 

-Poderoso caballero, fiel montura-
le responden los ecos de las notas-
a cobijarse en tus brazos capotas.

 

-¡Bien venido seas!, éntrate y cierra,
ocupa mi oquedad, ¡sellad la entrada!,
¡renazca con tu polvo la tierra!,
¡que escuchen tus cenizas la llamada!.

 

Tantas son las coronas en ofrenda
que muchas se posan en la puerta
para que toda su flor se desprenda,
tapizando el suelo la parte suelta.

 

Sabe el panteón a veloz transatlántico,
un Titanic de los grandes mares
con estridente sirena de cántico,
que gime ladeando pesares;
incierto el número de pasajeros,
engalanados por su linaje,
agasajados por tamborileros,
ataviados con su mejor traje.

 

Enormes hielos les cortan el paso,
de aparente fragilidad cristalina,
con destellos de azul tirando a laso,
compitiendo con la bisutería fina.

 

Motores de mil caballos de raza,
confiados en sus potentes cascos,
muestran desprecio de su flébil traza
con mirada de halcón de peñascos,
desbordando imprudencia insensata.

 

¿Mas, quién al muerto dos veces mata?
Es un espectro del ancho mar;
cuyo timón encara el infinito
en busca de la estrella polar,
entre resplandores de grafito.

 

Los proletarios viajan en galeras,
donde se obliga el uso de cadenas,
con enseñas negras con calaveras,
y tripulación sin sangre en las venas;
sin espuelas calzados para el largo viaje,
con visibilidad reducida, en vilo;
voz sobrecogedora marcando el rodaje:
-¡un, dos, un, dos!-, con látigo de doble filo
sobre cuerpos con caudales desbordados,
condenados a eterna deriva,
con pesados grilletes cargados
-¡pobres los tobillos que cautiva!-,
tan groseramente juntos.

 

Así viajan los difuntos,
a su paso levantando polvo,
voz tapiada, labios yuntos,
largas pendientes marcan el colmo,
abismos sin salvoconducto,
sin tentativas de motín,
sin recorrer pasaje surto,
con un tiempo muerto sin fin,
sumergidos en sus lagunas;
ojos fijos, boca sin tunas.

 

RESTOS HUMANOS
La muerte, sin aviso previo,
siempre sorprende al ser humano
en mitad del camino de en medio,
entre los recovecos del guano.

 

El tiempo borra y anonimiza
todo cadáver que se presente,
royendo sus huesos hasta ceniza,
en el secarral del fuego ardiente.

 

Es un continuo añadir de nombres,
niños, ancianos, mujeres y hombres,
padres, consortes, hijos y nietos,
en las lápidas de los respetos.

 

Serán, para nuevas generaciones,
los hijos de los hijos de los hijos,
desconocidos sin contemplaciones,
despojos del corral de los alijos.

 

No son consecuentes las esquelas
cuando afirman: "tu esposa no te olvida...",
pues, con el transcurrir de las suelas,
nos iremos todos a mejor vida:
los yacentes y los que 'no olvidan',
con cuya muerte vendrá su olvido,
aunque no lo quieran ni lo pidan;
¡todo recuerdo será barrido!

 

Circularán en sentido inverso
hacia un emparejamiento afín,
en un trayecto largo y perverso,
bordeando las flores del jazmín.

 

Desde unos escasos segundos
hasta una eternidad de eternidades,
dura el vagar por esos mundos
en los que no nos rigen las edades;
breve apagón de la consciencia,
sin ayeres, sin mañanas,
sin señales de referencia
para las horas tacañas;
anclados en un hoy eterno
de un infinito presente,
en los confines del averno,
sin pensamientos en mente,
sin puntos cardinales,
sin arriba ni abajo,
sin calendarios solares,
sin gravedad en fajo,
sin tierra a la vista.

 

Rebrotarán como flores
en placenta lista;
sollozos conmovedores
bajo un mundo nuevo,
aguja de nuevos días,
para el gozo cebo;
con las manos vacías
volverán a la casilla de salida,
como una criatura que se pese y mida.

 

En el limbo de las horas muertas,
donde nada extraordinario acontece
para las miradas inexpertas,
el tiempo a su antojo se enfurece
entre carriladas del destino;
es todo un mundo desconocido,
donde la sed no la sacia el vino
ni el hambre trozos de pan comido.

 

En esta vida desconcertante
-sin ojos que vean en su interior,
sin orejas para el bello cante,
sin lenguas que sientan el sabor
mundo que no existe sin testigos,
sin reloj, sin segundos, sin horas,
que no germinó de los ombligos
en los principios de las auroras,
sin tic-tacs que prestaran sus cotos
con rumores de silencios rotos-,
en esta vida que no caduca,
sin pulmón en torácica caja,
células grises sobre la nuca
o corazón en pecho de faja,
sus aspas mueven alas de estrella
cosechando segundos sin huella.

 

CASO CERRADO
En las celdas de la colmena
del avispero amortajado
la corrupción entra en escena,
con el juez de silla sentado,
entretenido en dictar las pausas
de unos tropecientos condenados,
en una concentración de causas
contra sepulturas sin coartada;
al final, se cierra en falso el caso
en virtud de dádiva dorada,
roma moneda que sale al paso,
forzando el oportuno carpetazo
a pesar de las claras evidencias;
imposible interrogar con el mazo,
reafirmando con golpes las sentencias,
pues ninguno puede abrir la boca
para cantar cual gallo de corral,
ya que están más tiesos que la roca
y harían perder el tiempo al tribunal.

 

No acude ni el fiscal-barbero
para hacer peinar el cementerio
en busca de indicios y suero,
a la vista ocultos, con misterio.

 

Sólo el forense busca las huellas
que pueda la muerte haber dejado
en los cuerpos de gentes plebeyas
al asestar su golpe inesperado.

 

-¡Tremendo caso!-dice el fiscal-
¡Al asesino nadie le ha visto!,
¿dónde está?, ¡lo habremos de cerrar!
¿Es que nadie le ha visto, insisto?

 

El colesterol obstruye la justicia
facilitando la impunidad asesina
que asalta los cuerpos y los vicia,
oculto en sartenes de cocina.

 

APOCALIPSIS
Por angosto orificio de entrada
se pasa al calabozo de restos:
cráneos de calavera gastada,
mandíbulas y cúbitos sin gestos;
clavículas, fémures y húmeros,
tibias, omóplatos y costillas,
radios y peronés, innúmeros;
duras rótulas de las rodillas,
muchas falanges, carpos y tarsos,
escápulas, sacros y esternones;
dentaduras con los dientes falsos,
pubis, isquiones e iliones;
vértebras, coxis, maxilares,
dientes sueltos, rotos, carcomidos...
centenares de piezas, ¡millares!;
desnudas todas, sin los vestidos,
relegadas a formar polvete,
esperando que truene la aguja
y galopen, jinete a jinete,
los despertadores de ramuja,
del Apocalipsis la trompeta
que les ordene resucitar,
recuperando vigor y alientos,
abriendo sus tumbas sin tardar.

 

Surgen con los rostros macilentos
de sus sepulcros y sus fosas,
cual si salieran de incubadoras,
con túnicas celestes, lustrosas;
o viejos harapos andrajosos
tejidos sobre sus espaldas,
reconstruídas con cabos furiosos,
según sus hechos, con sus haldas.

 

Preside el duelo, erguido en su trono,
del cosmos honorable juez supremo,
ilustrísimo ser, nuestro patrono;
en sus brazos las cuentas del baremo
con todas las sentencias sentadas,
dictadas con suprema justicia;
a su diestra serán alojadas
todas las personas sin malicia,
cubiertas con túnicas doradas;
y se agruparán a su siniestra
todos los diabólicos malvados,
para cumplir la pena funesta
por la multitud de sus pecados.

 

Sumidos serán en profundo sueño
en sillares de mármol y granito,
con enfado y enojo en su ceño,
vibrantes sus gargantas por el grito,
al verse envueltos en ángulos muertos,
sumergidos en los mares sin fondo,
en mayor soledad que en los desiertos,
mientras florece el trigal limpio y mondo.

 

Guardarán silencio permanente,
con una eternidad por delante,
cadáveres carentes de mente
sin toma de tierra su semblante;
soltando amarras de barca sin velas,
cuyo viaje no ha de gastar sus suelas,
deslizándose entre bancos de estrellas,
ni sus almas por intangibles mellas;
de la galaxia buscando su centro,
donde el tiempo se inicia en su descuento.

 

¿TE TOCA EL TURNO?
-No me olvides, que ya pronto llego;
perdona, si no cumplí las leyes
pensando en llevar un buen talego
en mi carreta de cuatro bueyes,
y cómodos colchones de fuego
en albardas de efímeros muelles.

 

-Recíbeme en tu sala,
como huésped humilde;
que llegue y bata el ala,
aunque pierda la tilde
y pocos huevos ponga;
sé de mis ojos milonga,
mis pasos en tus manos
como en la miés sembrados.

 

JUGAR A VIDA O MUERTE
La muerte siempre gana la partida,
utilizando sus dados trucados
y la propia ruleta de la vida,
usando naipes con cruces marcados.

 

Al póquer no hay quien la gane, sin duda,
triunfando siempre en todas las apuestas;
pues su frente no se perla ni suda,
provocando con sus golpes las siestas
de las que no es posible despertar;
playa a la que vienen a morir,
cuando así lo decide el azar,
las olas, transmitiendo su plañir.

 

Hay que llegar muy jugones
para gozar de los polvos
del otoño en sus pasiones,
filos de guadañas torvos.

 

La muerte es abeja de miel humana:
con su trompa liba nuestras entrañas
y nos trasquila y nos roba la lana,
dejando nuestros huesos en las cañas.

 

Sufrimos sus efectos secundarios
en las perdidas costas carnales
de nuestros cañaverales precarios;
calco de los veleros tropicales,
con los mástiles desmantelados;
después de una vida trabajando
para ganarnos sus días contados,
la perdemos a toque de bando,
cuando la suerte nos da la espalda,
pese a tener echadas las anclas;
pero, ¡presta acude la moscarda
a prestarnos sus larvas blancas!

 

* * F I N * *
Por los cuerpos sin ánima
de nuestros difuntos,
nuestros seres perdidos,
¡qué triste soledad!,
se derraman lágrimas
que empanan juncos,
en la mente retenidos,
sin importar la edad.

 

Fue triste y sentido
el final de tu declive,
ser querido convertido
en despojo inmóvil
en un abrir y cerrar de ojos,
que no concibe la consciencia,
sin encontrar del hecho móvil;
¿es, quizás, la ansiosa tierra,
ávida de recuperar lo suyo,
en las carnes en desplome,
la que propició tu fin?

 

Recuérdote entre sombras
cuando me vence el sueño
y semiduermo despierto;
no me esperes impaciente
en la estancia baldía;
recuérdame entre dos líneas,
iluminadas tus pupilas de rocío
regadas por las aguas del alma,
entre silencios que rugen,
pues quiero vivir cada segundo
hasta el último suspiro;
me pido una moratoria
antes de emprender
el camino del silencio,
por el desfiladero de los coyotes,
sin descansos para la publicidad,
mientras teje la guadaña su cosecha,
aunque vaya con la muerte en los talones.

 

© Diego Tórtola Descalzo (2024 a 31/01/2025)

 

Nota: quaelibet similitudo ad veritatem purissime coincidentalis est.


Escribe :


 
Escribe tu comentario:
Logo jQuery powered

Logo xajax powered  


©2024-2025 by Diego Tórtola     160