LA MUERTE Y LA DONCELLA |
======================= LA MUERTE Y LA DONCELLA ======================= Como estrella marina varada, sobre la tela dorada del lecho, por helada espada traspasada, yace con la cara mirando al techo la doncella de triste mirada. Su pálida piel, esculpida en marfil, de frágil costa abatida por olas, lívida y presa, ocupa su cubil; su cabello, como cascada de colas de oro derretido, de fuego llameante, sobre sus hombros extiende su manto, acariciado por luz interrogante, sin que por ello aminore el llanto. Cerradas las cortinas de sus ojos -dotados de pupilas de esmeralda, de graciosas órbitas cerrojos, preciosas perlas de oculta valva, enjauladas bajo simples pestañas cuya sombra suave ara sus mejillas, convertidas en campos de arañas-, duerme sin soñar, tras las mirillas. Humilde su apéndice nasal, carente del aleteo de la vida por haber traspasado el umbral por cuyos fuelles es movida, chocando con el fiero larguero aguadañado del buhonero del lúgubre son mortal. Sus labios, ligeramente entreabiertos por el beso de la muerte, rojo carmín, que a los vivos transforma en huertos; con trémula sonrisa de bello jazmín, aparecen como islas en la blancura; vieja fecha de caducidad, sellada en flor cada comisura con una sonrisa de bondad; sin pintalabios de filo angosto, sin barra de labios sus labios; labios naufragados en su rostro, sumergidos en polvos centenarios, engullidos por la calavera, derretidos como la cera en lenguas de hoguera. Su cuerpo, largo y delgado, de armónica silueta, para el amor rico prado, exiliado antes de meta, encarnación de belleza natural, es obra de arte, marchito rosal, condenado a la caseta. Aparenta estar dormida en un sueño sin fronteras tejido en tela florida con agujas y tijeras; aparece en apagado reposo, entre trágicas notas, de la mortaja al foso para polvo y chichotas. A lo lejos, el graznido de gaviotas irrumpe, al silencio contrariando, resaltando su extrema palidez, los ramos de violetas enfilando el fúnebre cortejo, con rigidez. * * * La muerte, esqueleto sin remaches, descansa en su regazo de trémulos vados, semejante a lecho de azabaches, como ramo de huesos destartalados, fijas sus enormes cuencas vacías, en oleaje mecidas; de cuyo hecho se ha truncado el futuro de sus días, habiendo disfrutado escaso trecho del camino andado en su provecho. El esqueleto es de la muerte prospecto, armazón de arquitectónico friso, intrincado laberinto, de huesos trayecto, rompecabezas de ensamblado preciso transformado en erial de buen guiso. El corazón de su estructura es el tronco, vano pilar central de la mansión vital, cadena de vértebras de crujido ronco, con estremecedor sonido fantasmal de metálico reptar de serpientes por columna de partitura musical, con notas espinosas y estridentes. Las costillas, como barandas de escalera, son los escalones del perdido aliento; la caja torácica, del corazón madriguera; del esternón y costillas convento, dignos barrotes de aula tan latida; lo dejó evadirse, se fue de fiesta, huyendo de la jaula como paloma sin permitir su íntima doma. El cráneo, huesudo casco resistente, protector del tejido cerebral, fiel guardián de la mente, óseo fósil, cúpula celestial del universo de los vivos, con sus estelas de pensamientos, tesoro más preciado que astros y divos, fortaleza de complejos alientos, estructura de huesos fusionados, como piezas de rompecabezas; un puzzle de trozos suturados, constituyentes de las cabezas; soporte de la cara y los sentidos, con huecos cavernosos para ojos, oídos, nariz y boca de gemidos; oscura pasarela de despojos de vista, oído, olfato y gusto, cercén de guadaña del disgusto. Entre macizos de flores trémulas se extienden los huesos de los brazos como ramas de árboles sin fémuras, articulados con precisos codazos; como teclas los huesos de la mano, junto a rótulas, peronés y tibias, en amplia gama de movimiento ufano, sin deleites carnales, sin lascivias. Huesos entre remolinos de encaje, bajo la piel de pómulos marchitos, dejan pasar la oscuridad salvaje sobre las sombras de nocturnos gritos. De la muerte tenebrosa ¿quién besará sus labios sin labios, su boca sin boca, fosa, sino la doncella que la invoca? PINTALABIOS ROJO Sabroso carmín de pintalabios que una eterna sonrisa adereza en las difuntas de bellos labios, ya sin movimientos ni destreza; rojo maquillaje que estremece, implantando un recuerdo imborrable que en nuestra memoria reaparece como labios de boca inmutable cuyos bordes añoramos todos con una pena que no se olvida, que no se dispersa por los codos, allá donde nuestro afecto anida; sentimientos amargos y tristes agitan sus alas con penuria, buscando en el recuerdo alpistes para nuestra mente dolorida; la nostalgia envuelve nuestra piel de una cáscara inmune a la quiebra, alma con corteza de papel, alerones sujetos con hebra. Carmín que decoraba sus besos, apagados por falta de aliento; en la oscuridad sus ojos presos con las manos exentas de tiento; y la voz, con su adorable timbre, ni en total silencio se distingue. Carmín de labios trémulos, finos, que ya no marcarán mis mejillas con su color de sabor a pinos, heridas por irritantes quillas donde mis lágrimas forman flota desde que su voz quedó en derrota. Se ha llevado sus ojos consigo, que serán nísperos en sus manos, tan entretejidos como el trigo; canicas serán de los campanos; servirán de piezas de repuesto cuando en sus cuencas broten hoyos y en las narinas sus escollos; sin quedar de las orejas resto; cuando se produzca la orfandad del arco de color en sus iris, preciosas perlas de la bondad que raudas se harán los haraquiris. Siendo todo un lujo el maquillaje, una costumbre tardo implantada, con tal vestido tendrá linaje cuando el telón cierre su cascada; también son bellas sin la pintura, pues no vende cuadros el afecto, y para el dolor no existe cura que remedie un buen color de aspecto. Lívidos labios de jazmín, labios sobre dientes esmaltados, como las flores del jardín transplantadas de los prados; partidos de tanto partir las palabras con abrelatas; cicatrices sin porvenir, si provienen de las culatas. Labios cerrados para siempre, interrumpido el don del beso, facilitando que se tiemple el duro y descarnado hueso; encasquilladas sus gargantas por explosiones de vocablos, de las cuerdas vocales llantas, serpenteadas por los venablos. Se paralizó la corriente motora de sus engranajes, su falta de aliento no miente, en sus piezas faltan encajes; retroceder es imposible ya, y..., avanzar, ¡una quimera!; sin permiso de circulación va, sin liquidez la calavera. Amado cuerpo, ¡qué tristeza dejar que la metamorfosis, en agujero de crudeza, transforme tu cuerpo sin dosis!; por fortuna, retornarás a tu aurora como el astro rey que los cielos decora. SER O NO SER Mecanográficas pestañas pulsadas con tactos suculentos, corrido el telón de las legañas tras los agónicos momentos en que la vida se extingue, se corta y se apaga, con pinceladas de pringue en manos sin paga; remeras de lágrimas tristes, de los párpados costura, cosidos en eternos mimbres de venturosa sutura. Nuestro cuerpo no responde ya al vital interrogatorio de la cuestión: 'ser o quizá', yaciendo en lecho mortuorio. Ya no viven los encajonados en la oscuridad de sombras llena, entre seis maderos encajados, ni con caballo inyectado en vena; aunque sería muy de su gusto no padecer tal confinamiento, emparedadas piernas con busto, sin sentir la caricia del viento; certificado de defunción obliga a sudar su cuerpo como en liga. Privados de comodidades, sin nada que llevarse a la boca; viajeros del inframundo Hades en sus naves de piel de roca, no tienen con quien hablar en lenguaje de lenguas muertas; no pudiendo la sed calmar sus gargantas sin compuertas, sin ánimos para respirar y recibir las vueltas. Aun así, no formalizan queja estos cuerpos inanimados por hoz de segador que no ceja, huéspedes de los cuadrados de la posada del sueño sin fin. No siempre llegan cuerpos completos, en buen estado, dándose postín, queriendo jugar a los pies quietos, sin que ningún miembro les falte; en otros, por el hueco se adivina, o por los brillos del esmalte, o por los puntos que tapan la 'mina' de la extracción de órganos internos, ocultos al escrutinio de la mirada, notas en autópsicos cuadernos, con punta de bisturí, filo de espada. Nada se puede echar de menos, no siendo fácil captar la merma ante la tormenta de truenos que se abate en tierra yerma. Llegan muchos cuerpos rotos, cosidos o remendados prestos; pero ingresar en estos cotos supone quedar para los restos, sin reclamaciones admisibles, carentes de actividad, sin luna, ni siquiera menguante, libres, sin velo para salir de cuna; quietos viajeros de línea parada en los dominios del misterio, cuyo billete a eternidad se taladra, sin cancelación el cautiverio. Mucho menos satisfactorias resultan las bolsas de trozos de las carnicerías mortuorias ejecutadas sin sollozos en las fosas de las cunetas cuyo paradero se ignora; de los aniquilados vetas, buenos caldos para la flora, supermercados de las chuletas. Desalentadora es la espera para el hueco al que la luz mortifica sobremanera; descarnados huesos de bambú suele recoger como fruto, tras segar y trillar el destino, la fosa de restos en bruto, de brazos como aspas de molino. Es pagaré la vida a vencimiento incierto; a 30, 60 ò 90, vencen los pagos; con un rumor como de viento del desierto al que no detienen los floridos halagos. La muerte es dura sentencia, fin de ruta, para el atroz delito de vivir; pena que tarde o temprano se ejecuta, armado el brazo que ha de intervenir. * * * Contemplan las cuencas vacías, desde el interior de sus cajas -la boca con dientes sin encías, las caderas sin ánsias de fajas, con una pena que roza lo grave- los huecos en estado vacante -a regañadientes, ¡qué duda cabe!-, que descarnarán al ocupante que llega sin ningún resuello, con cierres que no dejan mirar; llaves de cal tapan el sello de los que llegan por puro azar. Duele sufrir el eterno encuno; no apetecen en modo alguno estos cubículos sin vistas, ajenos al viento sin aristas; apartados que nadie quiere estrenar; sin voluntarios para este palomar, ningún vivo levanta el brazo ni para panteones del feudo; pero, ¿quién se libra del zarpazo?, ¿quién está libre del adeudo?, ¿quién es el que a ocuparlos se presta? ¡Nadie, ni aunque les honre la orquesta. Pero el nicho espera paciente su turno, abiertas sus hondas fauces oscuras, paciente, sin inmutarse, taciturno, mientras recorre el tiempo sus llanuras, anhelante por llenar su vientre ávido con restos mortales de rostro pálido en su repositorio de mortajas para difuntos cuerpos y sus cajas, a perpetuidad, dilatado plazo, para descomponerlos en su cazo. Que no se incomode ningún ocupante ante la estrechez de la dura estancia, a no ser que sea de tamaño elefante y no quepa por la abertura rancia; y, por falta de banalidades y lujos, no consta que hayan presentado quejas a la autoridad competente, sin tapujos; que no está el pesebre para criar ovejas. No consta que algún enojado difunto haya transmitido a gritos su disgusto; de tales casos no hay constancia, y punto; faltaría estampar su firma a pie de tumba para poder tramitar su reclamación; y ni con acompañamiento de rumba se avendrían a proporcionarle butacón; no existe mecanismo que lo permita, sería preciso instalar un buzón de voz conectado al defensor del muerto, ¡quita!, o un teletipo para transmitir el S.O.S. * * * La rueda de los sentidos gira, reflexión de espejos paralelos, alternancia entre gozo e ira, sin firmamento para los celos; el no ser aquí descansa quieto, impasible a sufrimiento alguno, en reposo el armazón del peto, ajeno al consorcio del consumo. No existe nadie más paciente que un cadáver ojicerrado afrontando el eterno puente en su féretro limitado; un artilugio sin achique, de plástico, cartón o madera, que para perfumes es dique, y para líquidos agüera en los brazos del sin fin; para la muerte botín. Mas, ¿por qué la has de temer, si, cuando desaparece el sol, en llegando el anochecer, fin de sus caricias de ababol, más allá va desplegando sus alas, mostrando todos sus encantos a los que andaban en velas de galas? Ya volverán, despuntando el alba, en su lucha contra la noche oscura, sus esplendorosos colores malva sobre su trono de firme postura con su resplandeciente corona, que despierta a la vida y la entona. ¿¡Por qué has de temer la muerte si cuando el sol se levante renacerá la vida, más fuerte, gozo de tus ojos, brillante!? * * * Madre, padre, hermano, ¿dónde encuentro tu mano, para darte consuelo en este santo suelo? Tumbas alejadas del presente, cuyo recuerdo se ve reducido en la nueva descendencia creciente; tumbas de pretéritas eras nido, cuya historia se acaba olvidando, viejos claustros de huecos sellados cuyos nombres se van desmontando por las inclemencias con enfados, unidas al cociente sol de cada día, los enemigos de toda losa fría. Dentro, sólo polvorientos restos, meros huesos, pelos y pieles secas, de los que pagaron sus impuestos, atadas con cadenas sus muñecas. * * * Incógnitas son los nichos vacíos: ¿A quién premiará el infortunio acogiendo en su morada sus ríos en la alta marea del plenilunio? ¿Quién será la próxima víctima mortal que en la oscuridad de una celda se albergue depositado en una caja señorial sobre la cual ni osada hierba se yergue? Los ocupados son corpóreos suspenses: ¿Hallarán el cuerpo incorrupto y curado? ¿Será un amasijo de huesos corteses forrados de pelos y cuero callado? ¿El gato de Schrödinger se hallará vivo, estará a disgusto, maullando en su interior? ¿O estará muerto, sin causa ni motivo...? ¿O pelos y señales darán resplandor? A veces, no llega el muerto al hoyo, incinerado en su propia salsa, en horno ni de pan ni de bollo, crematorio de cuerpos sin farsa; polvo desecado de la balsa en que su constitución se bañaba, escapando veloces sus gases, tiritando el hueso de la taba, crepitando entre brasas y flashes hasta quedar en polvos y cenizas para alimento de urnas funerarias o arbolitos de memorias rollizas, en jardines, con rezos y plegarias. Polvos que remueven las conciencias, a las larvas privando de alimento, bordando los campos de las ciencias, evitando el despojo amarillento; tentando los dados del destino con manos que cortan la baraja; no son los polvos brotes de lino para boca de ovino, con paja. * * * Los días pasan acuchillados, discurren sonámbulas las noches; ¿quién entierra difuntos en los prados desgarrando el hilo de sus vidas, frotando sus manos en agua regia, como Pilatos, por estrategia? De consciencia, distinto plano alcanzamos al fenecer, sin solución en el taller ni aun para la más diestra mano; sin que nos sea posible opinar lo que se siente en tal estado, energéticamente leve, fatal, ni como ficha ni como dado. ¿Algún sexto sentido acomodado, sin aliento en nuestros pulmones, y con nuestro corazón encallado, cosido en las costillas con botones, permitirá experiencias en la grupa ocultas a la ciencia de la lupa? EL DESTINO INFALIBLE Nada nos reduce la insigne pena por la pérdida de un ser querido; bien tras larga enfermedad dolido o por expiración súbita y plena, sin tiempo para abrazar la despedida; doloroso, ocurra como sea, sin consuelo venido con polea, como jarro de agua fría en alma dolida. Sólo nos queda un último recurso: dar digna sepultura al ser amado, con palabras de elogio en el discurso y guardar su recuerdo bien guardado. Queda el eterno descanso en buenas manos, amasados restos mortales en hoyo, hueco que traga los restos humanos, desangrando jugos en su arroyo; Dolidas quedan aquí nuestras manos, en esta agitada orilla, con pena; recorre el espectro infinitos llanos alumbrados por la luna serena, sin la carga del peso muerto surcando las ondas del espacio por las estelas del cielo abierto, buscando el cristal de topacio. Príncipes y poderosos reyes, humildes y potentados sujetos, sucumben a las divinas leyes y se suben al barco de los quietos que los espacios navega sin timón con destino que hasta ignora su patrón, sin que mire por el hombro su cabeza lamentando las riquezas que abandona; perdidas miserias para fiel de jueza, cubiertos los ojos con lloro de lona, cada vez más lejanos en distancia, la mirada fija al frente inamovible, viendo obrar al timonel con elegancia por oscuras corrientes de eco inaudible, rutas raudas de fogonazos feroces, viajando a la velocidad del rayo hacia improbable orilla de eternos goces; de paradójicas formas su tallo, sus ramas de perpetuo suspiro, sus hojas de hipotéticos relojes, descritas sus saetas en papiro, de las que se estiran si las coges. Atrás quedaron los cuerpos yacentes desbordando sus fluidos corporales, caldo de cultivo de pretendientes; proliferando gérmenes fatales, con multitud de cepas de amplio espectro, en su lucha a muerte formando gases, actividad que detecta el electro; asegurada corrupción por fases. ¿Habrá gálibo de agujas en los pasos fronterizos, para desvío de granujas hacia el mar de los erizos? Y, ¿los escasos elegidos gozarán del huerto divino, allí construyendo sus nidos, recibiendo el maná y el vino? El huerto de Getsemanías, es reconfortante a la vista, sin que las noches y los días muestren de su presencia pista. Será espiritualmente grato inscribirse en Libro de Vivos con letra grande de contrato, nombres y apellidos cautivos. La contraseña marca la diferencia, por la fiel conducta de toda una vida, abrelatas de su oportuna presencia, hallados deseables en buena medida, aptos para las gloriosas estancias; nada de números y letras en clave para gozar de exquisitas fragancias, sino por haber sido, del mal, jarabe. Los burócratas corruptos en mortaja no brotan por estos lares fraternales; su misma naturaleza de navaja les impide el acceso a los corrales; les reclaman las cloacas turbulentas que rezuman ponzoña y podredumbre; han de rendir a las tinieblas cuentas, hasta arder en la llama de la lumbre, cuyo aliento es un compost aglutinado de avisperos con punta de aguijón y alambradas de campo de exterminio; donde matar al muerto es ilusión, según reflejan datos de escrutinio. Dicta el grado de maldad concentrada la posición en la escala de frecuencias; con las más graves la suerte está echada en esta comuna de grandes turbulencias, con desgarradores gritos y alaridos, y subterráneos ayes reverberantes; en la cumbre cósmica los más dolidos por los golpes de látigo sin sedantes; endentados en esloras sin pretiles, en la base de las órbitas más viles, los de delitos menores en montaña, pespuntada con alambre la pestaña; sin pausas para el almuerzo, sin domingos ni festivos, sin vacaciones en el Bierzo, con el sueño en los estribos, sin convenios colectivos, sin aromas en remanso, sin lecho de descanso. Nadie escapa de estos muros sin cumplir la pena impuesta; ni aun con salto de canguros, tan alta asciende la cuesta. HUÉSPEDES PERENNES Recinto de desprendidos seres, huéspedes de las mañanas mudas donde te recogen cuando mueres, marchándose las almas desnudas; asilo de reposo para ropas, hatillos con tejidos humanos, soñolientos en la noche de popas cuando los barcos cruzan los años, pesadillas de materia oscura apalancadas en las eras; huesos de saetas con holgura, apresadas bajo sus esferas; párvulas trompetas de tristeza en las infantiles sepulturas que lloran las madres con viveza y los padres rebajan cinturas; violines de nostálgicas notas por los padres derraman acordes en las tumbas que calzan sus botas, precintadas las juntas y bordes; añoran las madres y las hijas con ojos que avivan las memorias, borrando los años como lijas el fuego de las jaculatorias; lloran las esposas a los maridos y los maridos a las esposas, tristemente sucumbidos, enterrados en las fosas. Recuerdos que reviven escenas, caricias cerradas de golpe; se encasquilla la sangre en las venas y el corazón se vuelve torpe. Albergues tapiados con yeso, con su número distintivo que indica el tamaño del beso perdido en tumbas sin recibo. Las letras de esquelas y consejas, con su esquelético suspense, como ojos caen de sus bandejas con el certificado forense. Panteones con sus cerraduras en puertas guardianas con rejas, de ricos difuntos monturas, como lentes en las orejas; los de mayor rango del lugar, prisioneros en su riqueza; para la familia, palomar; postulando aires de grandeza, con vidrieras en las ventanas, de coloridos eclesiásticos, que hasta de morirse dan ganas, curtidos de escudos dinásticos. Tumbas cubiertas con pétreas losas, ángeles protectores y glosas; con sus epitafios y sus cruces desde que el sol enciende sus luces. Lápidas de todo tamaño y grosor, indicando fechas, nombres y edades; de entre todas, lo mejor de lo mejor, en competencia de frivolidades; fatuo privilegio de vivos que giran en vanos tiovivos. Muchas flores calman la vista, mitigando la contundencia en los ojos que pasan lista con la boca en efervescencia; el visitante se sobrecoge, contemplando lo que le aguarda cuando la guadaña allí lo arroje en una peripecia parda; cuando pise sus sueltas hojas el siniestro atizador de estoques, el de las cuencas infrarrojas que derriba firmes alcornoques. LOS INCOMUNICADOS A la Autoridad que competa, pido se instale un locutorio, declarándolo como meta, en el aposento mortuorio; que los dos mundos una y contacte para establecer una charla y estar al corriente, Dios mediante, con nuestros seres de la guarda; pues acontecen muchos hechos que susurrarles sería un placer para alegrarles en sus lechos ubicados sobre pétreo somier. Una centralita de bola de cristal que conectara con el más allá para charlas de carácter terminal, sería tal invento que... ¡ojalá! Nos permitiría averiguar su estado y narrarles los últimos sucesos e inquietudes que ruegan su aprobado, a más de soltarles sonoros besos. En su defecto, es posible que, si aplicamos correctamente la oreja, percibamos su estado con corsé, que no nos lo van a poner en bandeja, por vía telepática adjunta, sin que resuenen los yunques; listos para sacarles punta cuando su sentido te preguntes. Los inquilinos del mortal desfiladero, presos en su estrecho cubículo desventanado, no reciben visitas en su invernadero, desprovisto de puerta de entrada, todo tapiado; lo que excluye el uso de maestras llaves; tampoco pueden salir a darse un paseo, al menos con el cuerpo puesto, ¿sabes?; el esqueleto han de dejarlo en el sesteo, pues, tan preciosa pieza de ingeniería, podría romperse en las noches de orgía. De día y de noche, insomnes mudos, gozando de la paz de su tiempo muerto, con las telas de su arcón como felpudos, apilando arenas de su propio desierto; sin abstracciones, sin tic-tac de reloj que pudiera perturbar su sueño eterno, embarcado en nave con forma de troj, rectangular cubierta fija con perno. En páramo habita, nube de diretes, sin conexión externa de wifi o red, el hueso duro rayado, sin filetes, sellada su boca, la lengua sin sed, en proceso de destrucción de datos; la pantalla visual sin pixel que bulla, rígidas falanges sin textos natos; periféricos sin graznidos de grulla. En este reclinatorio de desierto, hay altos cipreses erguidos, opino, para regalar sus sombras como injerto al madero de las sombras del destino; sombras que proyectan rectos sus regueros, antenas que pinchan nubes de tormenta; cerradas las taquillas, cubas de sueros, escenas con el cuerpo que se lamenta, sólo imaginable al son de laúdes, sin botellón de alegres juventudes. Lugar inapropiado para bailes o conciertos estridentes de mal gusto que perturben la quietud de los frailes, finados con hábitos cubriendo el busto; censuradas las expresiones de júbilo aunque ignoramos si se sienten molestos o son dichosos en su postura de público, reverdeciendo los tallos de sus tiestos. Los que yacen enclaustrados en sus tumbas se tomarían con placer una cerveza con los roqueros, y música de zumbas, a la luz de medianoche, con limpieza. LOS OJOS NEGROS Los negros ojos de los nichos en fila van disminuyendo, ¡cada vez son menos!, están más solicitados que la tila; cuencas abiertas que aguardan sus estrenos, en los que se han de cegar con cataratas, llenando las cuencas con sus invasores, que llegarán dentro de cajas baratas y una multitud de coronas de flores; serán todas las estancias ocupadas con lentos toques de campanas dolidas que repicarán por las calles heladas con un derrame de lágrimas rendidas que descenderán por las mejillas de las queridas gentes sencillas, la familia de los arrebatados seres, que pondrá la vista en lo alto del ciprés, nublado su horizonte y falto de placeres, porque la muerte nos vuelve del revés; es difícil rellenar el hueco abierto en el corazón del mermado lar, donde abre tal hoyo que lo deja tuerto, sin mosto para prensa de lagar. Mosaicos de lapidaciones con piedras de duro granito -grabado, con fuertes presiones del cincel de broca, lo escrito-, van rellenando el colmenar: paredes de profundas celdas donde se reteja al azar; corpórea miel entre las cuernas que son lamento de tapadera, putefractándose en la caldera. Parece guiñar el ojo la luz que inunda, al irrumpir en sus moradas caja nueva, las solitarias calaveras en su funda, rompiendo las tapas del yeso que las ceba; saludando al compañero al que se allega, miembro de su familia, de nuevo rota, sajada como los trigos en la siega, rompiendo su soledad en la derrota; mudada sobre carne su osamenta, como piezas de un rompecabezas, servirá de faro, está contenta, al grato acogido en sus realezas. Tal vez, unidos al son de sus latidos por lazos de matrimonio conyugal, cuando formaban familia con sus nidos, se miran, yacentes, como en cristal; escabullidos sus cuerpos a la sentencia que limitaba su unión hasta finar, traspasando los límites de la existencia; nueva luna de miel sin paladar. Los emparentados por casta, que yacen bajo el mismo sepulcro, viajeros de dicha nefasta, durante su viaje bronco y pulcro, funden sus huesos en fraternal abrazo, con la vía muerta de su destino en lazo. Los besos del Hades saben a carcoma en lívidos labios por siempre sellados, privados del aliento que no se toma; con moneda en la boca van equipados para cruzar la frontera liviana; para disfrutar de fiesta y jarana tarjeta de crédito muestran algunos, otros se presentan con aval bancario; ¿pagarán banquetes, pasarán de ayunos o querrán evitarse cualquier calvario? '-¿Algo que declarar?'- no será la pregunta que permita el paso de toda alma difunta; dictaminará la justa balanza de pagos, que no desvía su fiel por sobornos ni halagos. COMPAÑEROS DE VIAJE ¿Cuál será de las conversaciones el tema que se sostendrán entre nichos aledaños por los ocupantes que cuenten su dilema durante su ociosa eternidad en los caños? Quizás fueran vecinos en vida con sus amores y sus rencillas. ¿Hablarán del tiempo y la bebida o del malestar de sus costillas? ¿Repasarán sus anécdotas remotas o guardarán un riguroso mutismo en el interior de sus cerradas cotas sin lugar para discordias ni turismo? Una buena reconciliación sincera vale más que mil silencios rotos por mudas palabras en plena carrera, lanzadas por gañotes remotos. Ya es tiempo de firmar las paces y rubricarlas en sus cenizas con sus índices pertinaces, filos de uñas cual navajas suizas. Se agradece un apretón de manos con virtualidad formalizado, atravesando los muros planos, olvidando cismas del pasado. Estos panales sin miel de abejas por muchos años serán su amparo; la unión les transformará en ovejas que digerirán el pienso jaro; la unión hará más llevadera su nada y la afrontarán hombro con hombro armados con una imaginaria azada que les despejará de su asombro. Es posible que riñeran antaño, y que se amaran no se descarta; cualquier suposición no hace daño, como boda provista de tarta. Los que persistan en sus rencillas apretarán sus pérfidos morros al final de las celestes millas, excluidos de los alegres corros; descarrilando sus óseas piezas como mandíbulas trapecistas; los ojos con huesos de cerezas taponando el boquete, sin vistas; para respirar invalidados, ellos, los de las lenguas mordaces, se las morderán atribulados, desparramando sangrientos haces. No se percatan del tiempo que corre sin sus diapasónicos latidos; es cegador el reloj que les borre, y sus toques perecen dormidos; ni tampoco les concierne mucho a todos estos mortales restos, testigos en la boca de un chucho de la fragilidad de sus tiestos. Si a sus vértebras dieran de cena sus copos de entrañas polvorientas, podrían tener relojes de arena más rigurosos que los de a tientas. ¿Qué conversaciones tendrá las filas de los que ocupen nichos en columna, en su lengua vibrando las papilas con correctas frases de buena alumna? Que los subordinados, puede darse el caso, estén por encima de sus antiguos jefes en la misma columna sepulcral, al raso, puede suponer ofensa de mequetrefes, por no respetar las convenciones del rango, irritando a sus jerárquicos superiores, que no pueden rascar el picor por el mango; existe una solución para estos señores, que no ofrece ningún problema, muy sencilla: no darles nunca, es fundamental, la espalda a los que reposen sobre su amada casilla y sean indignos de tal posición de guirnalda. Que miren con diferente perspectiva las posiciones del fúnebre estamento, sin arribas ni abajos para la criba de los cuerpos derrumbados, sin cimiento, en deterioro progresivo, sin cura; inservibles como piezas de repuesto, los chasis desmembrados por la fractura, descompuestos, como división sin resto. ¿Qué importa el nivel si caen desde la cumbre, borrando sus pasos del podio glorioso, con su futuro en total incertidumbre, sin influencia ninguna en su estanco foso? ¡Si han de pagar el mismo tributo, más arriba o abajo en el luto! ¡Dense un abrazo de hermandad amistosa con sus brazos comidos por la polilla, restos de tejidos en poética prosa, y sea su estancia llevadera, de guilla! ¡Remen en la misma dirección la barca ahora que la mar con la calma se abarca, sin trueno de tempestades a la vista, entre acordes de guitarra y de flautista! EN LA MISMA BARCA Los difuntos con toma de tierra que reciben la cruz como señal, sobre la losa que los encierra, son de ramas del mismo nogal; familias con idéntico apellido que juntas surcan profundos mares en barcaza con el rumbo perdido, en periplo de infinitos lares por los canales del más allá, encadenados como eslabones, moviendo remos sobre el sofá al compás de sirenas de sones. Gotas se derraman de sus velas, castigadas por vientos de luces que soplan sus henchidas telas, recolectoras de húmedas cruces; gotas que son lágrimas de arena a caballo de ráfagas buces, como de telas de araña en pena en ojos con párpados lacrados y bocas remendadas con cabos; cuencas de calaveras sin ojos, cegadas por dosieres de polvo, cuyos rostros anhelan remojos con semblante tembloroso y torvo, navegando la barca en deriva, a manos libres, suelto el timón, frente a rocas que rugen de arriba, el mar picando carne en sazón sobre remolinos de escollos que semejan pieles de pollos. Paladas como clavos de Cristo abrieron el vientre de la furia para trocar ataúdes en pisto, a cuentagotas de la penuria. Suerte si, al amarrar en puerto, facturan los pasajeros todos, a despertar en rama de injerto, en podando sus malos recodos. Bajo las lápidas familiares todos guardan algún parentesco, adictos a idénticos cantares, mudos frente a su estado dantesco; ellos, los que pagaron la barca con viles monedas sin tintineo, del colchón sacadas y del arca; escapar de la muerte, su deseo. Sin mercado que restaure vidas, en descomposición orgánica, ¿qué calmará sus gargantas rendidas?, ¿a la muerte pedirán árnica?, ¿exprimirán sus vientres el jugo, sin botellas, ni vasos, ni latas, que ofrecer el piadoso verdugo a su boca de apretadas catas? Mellados abridores de huesos abrirán de las tumbas las tapas cuando los vivos pierdan los sesos y se acumulen formando capas cada indefinido cierto tiempo; engullidas las nuevas entrañas, desarboladas por fuerte viento en el lago que sorbe con cañas, cavidad de triste embarcadero -para viajeros de la desgracia de finas pieles, que no de cuero-, que de chicha y mollas no se sacia. BURGUESES Y PROLETARIOS Todos los ojos miran con envidia a los enterrados en caravana, en su poderoso panteón de lidia, como si fueran en busca de lana, como yendo a banquete de dioses; que ya ni vivos ni muertos les toses. Su descarnamiento inician en el lujo, con puertas con vidrieras dando paso a su tumba encantada con embrujo, con la vista en el sol en el ocaso. Visten sus cuerpos con ropajes de seda, dientes brillando en sus bocas, de oro, en intimidades de toque de queda, tallos de blancas flores en coro; Ocupan los vientres de las paredes, almohadillados en sus regias cajas, selladas con honra de mercaderes, con toque de trompetas y sonajas, redoblando el tambor con sentimiento, precedidos por repiques de campana que saben dibujar la tragedia humana. -¿Quién viene? - pregunta la hendidura. -Poderoso caballero, fiel montura- le responden los ecos de las notas- a cobijarse en tus brazos capotas. -¡Bien venido seas!, éntrate y cierra, ocupa mi oquedad, ¡sellad la entrada!, ¡renazca con tu polvo la tierra!, ¡que escuchen tus cenizas la llamada!. Tantas son las coronas en ofrenda que muchas se posan en la puerta para que toda su flor se desprenda, tapizando el suelo la parte suelta. Sabe el panteón a veloz transatlántico, un Titanic de los grandes mares con estridente sirena de cántico, que gime ladeando pesares; incierto el número de pasajeros, engalanados por su linaje, agasajados por tamborileros, ataviados con su mejor traje. Enormes hielos les cortan el paso, de aparente fragilidad cristalina, con destellos de azul tirando a laso, compitiendo con la bisutería fina. Motores de mil caballos de raza, confiados en sus potentes cascos, muestran desprecio de su flébil traza con mirada de halcón de peñascos, desbordando imprudencia insensata. ¿Mas, quién al muerto dos veces mata? Es un espectro del ancho mar; cuyo timón encara el infinito en busca de la estrella polar, entre resplandores de grafito. Los proletarios viajan en galeras, donde se obliga el uso de cadenas, con enseñas negras con calaveras, y tripulación sin sangre en las venas; sin espuelas calzados para el largo viaje, con visibilidad reducida, en vilo; voz sobrecogedora marcando el rodaje: -¡un, dos, un, dos!-, con látigo de doble filo sobre cuerpos con caudales desbordados, condenados a eterna deriva, con pesados grilletes cargados -¡pobres los tobillos que cautiva!-, tan groseramente juntos. Así viajan los difuntos, a su paso levantando polvo, voz tapiada, labios yuntos, largas pendientes marcan el colmo, abismos sin salvoconducto, sin tentativas de motín, sin recorrer pasaje surto, con un tiempo muerto sin fin, sumergidos en sus lagunas; ojos fijos, boca sin tunas. RESTOS HUMANOS La muerte, sin aviso previo, siempre sorprende al ser humano en mitad del camino de en medio, entre los recovecos del guano. El tiempo borra y anonimiza todo cadáver que se presente, royendo sus huesos hasta ceniza, en el secarral del fuego ardiente. Es un continuo añadir de nombres, niños, ancianos, mujeres y hombres, padres, consortes, hijos y nietos, en las lápidas de los respetos. Serán, para nuevas generaciones, los hijos de los hijos de los hijos, desconocidos sin contemplaciones, despojos del corral de los alijos. No son consecuentes las esquelas cuando afirman: "tu esposa no te olvida...", pues, con el transcurrir de las suelas, nos iremos todos a mejor vida: los yacentes y los que 'no olvidan', con cuya muerte vendrá su olvido, aunque no lo quieran ni lo pidan; ¡todo recuerdo será barrido! Circularán en sentido inverso hacia un emparejamiento afín, en un trayecto largo y perverso, bordeando las flores del jazmín. Desde unos escasos segundos hasta una eternidad de eternidades, dura el vagar por esos mundos en los que no nos rigen las edades; breve apagón de la consciencia, sin ayeres, sin mañanas, sin señales de referencia para las horas tacañas; anclados en un hoy eterno de un infinito presente, en los confines del averno, sin pensamientos en mente, sin puntos cardinales, sin arriba ni abajo, sin calendarios solares, sin gravedad en fajo, sin tierra a la vista. Rebrotarán como flores en placenta lista; sollozos conmovedores bajo un mundo nuevo, aguja de nuevos días, para el gozo cebo; con las manos vacías volverán a la casilla de salida, como una criatura que se pese y mida. En el limbo de las horas muertas, donde nada extraordinario acontece para las miradas inexpertas, el tiempo a su antojo se enfurece entre carriladas del destino; es todo un mundo desconocido, donde la sed no la sacia el vino ni el hambre trozos de pan comido. En esta vida desconcertante -sin ojos que vean en su interior, sin orejas para el bello cante, sin lenguas que sientan el sabor mundo que no existe sin testigos, sin reloj, sin segundos, sin horas, que no germinó de los ombligos en los principios de las auroras, sin tic-tacs que prestaran sus cotos con rumores de silencios rotos-, en esta vida que no caduca, sin pulmón en torácica caja, células grises sobre la nuca o corazón en pecho de faja, sus aspas mueven alas de estrella cosechando segundos sin huella. CASO CERRADO En las celdas de la colmena del avispero amortajado la corrupción entra en escena, con el juez de silla sentado, entretenido en dictar las pausas de unos tropecientos condenados, en una concentración de causas contra sepulturas sin coartada; al final, se cierra en falso el caso en virtud de dádiva dorada, roma moneda que sale al paso, forzando el oportuno carpetazo a pesar de las claras evidencias; imposible interrogar con el mazo, reafirmando con golpes las sentencias, pues ninguno puede abrir la boca para cantar cual gallo de corral, ya que están más tiesos que la roca y harían perder el tiempo al tribunal. No acude ni el fiscal-barbero para hacer peinar el cementerio en busca de indicios y suero, a la vista ocultos, con misterio. Sólo el forense busca las huellas que pueda la muerte haber dejado en los cuerpos de gentes plebeyas al asestar su golpe inesperado. -¡Tremendo caso!-dice el fiscal- ¡Al asesino nadie le ha visto!, ¿dónde está?, ¡lo habremos de cerrar! ¿Es que nadie le ha visto, insisto? El colesterol obstruye la justicia facilitando la impunidad asesina que asalta los cuerpos y los vicia, oculto en sartenes de cocina. APOCALIPSIS Por angosto orificio de entrada se pasa al calabozo de restos: cráneos de calavera gastada, mandíbulas y cúbitos sin gestos; clavículas, fémures y húmeros, tibias, omóplatos y costillas, radios y peronés, innúmeros; duras rótulas de las rodillas, muchas falanges, carpos y tarsos, escápulas, sacros y esternones; dentaduras con los dientes falsos, pubis, isquiones e iliones; vértebras, coxis, maxilares, dientes sueltos, rotos, carcomidos... centenares de piezas, ¡millares!; desnudas todas, sin los vestidos, relegadas a formar polvete, esperando que truene la aguja y galopen, jinete a jinete, los despertadores de ramuja, del Apocalipsis la trompeta que les ordene resucitar, recuperando vigor y alientos, abriendo sus tumbas sin tardar. Surgen con los rostros macilentos de sus sepulcros y sus fosas, cual si salieran de incubadoras, con túnicas celestes, lustrosas; o viejos harapos andrajosos tejidos sobre sus espaldas, reconstruídas con cabos furiosos, según sus hechos, con sus haldas. Preside el duelo, erguido en su trono, del cosmos honorable juez supremo, ilustrísimo ser, nuestro patrono; en sus brazos las cuentas del baremo con todas las sentencias sentadas, dictadas con suprema justicia; a su diestra serán alojadas todas las personas sin malicia, cubiertas con túnicas doradas; y se agruparán a su siniestra todos los diabólicos malvados, para cumplir la pena funesta por la multitud de sus pecados. Sumidos serán en profundo sueño en sillares de mármol y granito, con enfado y enojo en su ceño, vibrantes sus gargantas por el grito, al verse envueltos en ángulos muertos, sumergidos en los mares sin fondo, en mayor soledad que en los desiertos, mientras florece el trigal limpio y mondo. Guardarán silencio permanente, con una eternidad por delante, cadáveres carentes de mente sin toma de tierra su semblante; soltando amarras de barca sin velas, cuyo viaje no ha de gastar sus suelas, deslizándose entre bancos de estrellas, ni sus almas por intangibles mellas; de la galaxia buscando su centro, donde el tiempo se inicia en su descuento. ¿TE TOCA EL TURNO? -No me olvides, que ya pronto llego; perdona, si no cumplí las leyes pensando en llevar un buen talego en mi carreta de cuatro bueyes, y cómodos colchones de fuego en albardas de efímeros muelles. -Recíbeme en tu sala, como huésped humilde; que llegue y bata el ala, aunque pierda la tilde y pocos huevos ponga; sé de mis ojos milonga, mis pasos en tus manos como en la miés sembrados. JUGAR A VIDA O MUERTE La muerte siempre gana la partida, utilizando sus dados trucados y la propia ruleta de la vida, usando naipes con cruces marcados. Al póquer no hay quien la gane, sin duda, triunfando siempre en todas las apuestas; pues su frente no se perla ni suda, provocando con sus golpes las siestas de las que no es posible despertar; playa a la que vienen a morir, cuando así lo decide el azar, las olas, transmitiendo su plañir. Hay que llegar muy jugones para gozar de los polvos del otoño en sus pasiones, filos de guadañas torvos. La muerte es abeja de miel humana: con su trompa liba nuestras entrañas y nos trasquila y nos roba la lana, dejando nuestros huesos en las cañas. Sufrimos sus efectos secundarios en las perdidas costas carnales de nuestros cañaverales precarios; calco de los veleros tropicales, con los mástiles desmantelados; después de una vida trabajando para ganarnos sus días contados, la perdemos a toque de bando, cuando la suerte nos da la espalda, pese a tener echadas las anclas; pero, ¡presta acude la moscarda a prestarnos sus larvas blancas! * * F I N * * Por los cuerpos sin ánima de nuestros difuntos, nuestros seres perdidos, ¡qué triste soledad!, se derraman lágrimas que empanan juncos, en la mente retenidos, sin importar la edad. Fue triste y sentido el final de tu declive, ser querido convertido en despojo inmóvil en un abrir y cerrar de ojos, que no concibe la consciencia, sin encontrar del hecho móvil; ¿es, quizás, la ansiosa tierra, ávida de recuperar lo suyo, en las carnes en desplome, la que propició tu fin? Recuérdote entre sombras cuando me vence el sueño y semiduermo despierto; no me esperes impaciente en la estancia baldía; recuérdame entre dos líneas, iluminadas tus pupilas de rocío regadas por las aguas del alma, entre silencios que rugen, pues quiero vivir cada segundo hasta el último suspiro; me pido una moratoria antes de emprender el camino del silencio, por el desfiladero de los coyotes, sin descansos para la publicidad, mientras teje la guadaña su cosecha, aunque vaya con la muerte en los talones. © Diego Tórtola Descalzo (2024 a 31/01/2025) Nota: quaelibet similitudo ad veritatem purissime coincidentalis est. |
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