LAS CIEN VENTANAS

Las cien ventanas




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LAS CIEN VENTANAS DE VILLAMALEA
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Villamalea, Villamalea,
con cien ventanas al norte,
con cortinas arropadas con manta,
que se abren y cierran con resorte,
a noticias que traspasan la garganta;
plazas a orillas de las calles,
parques en la tumba de una balsa
cuyas aguas causaron ayes,
y en los restos de un cementerio
del que no queda migaja falsa,
vaciado de toda osamenta y misterio.

 

A todas peinan los vientos,
con aromas herrumblareños cientos,
en ventanas que miran a Cuenca
con inclinación y postura flamenca.

 

Iglesia de Villamalea, templo
de muchos fuera y pocos dentro;
reflejo de futuros juicios
de un pueblo que no es el centro,
vislumbrado entre resquicios;
donde se corta el agua con frecuencia,
entre sentencia y sentencia,
que no siempre favorece a su eminencia
ni a los bajo sus tejas cobijados,
armados con mucha paciencia
de tanto andar arrodillados.

 

Campanas para las horas y los duelos
donde las palomas alzan vuelos;
campanadas para la misa
cuando de Dios corre la brisa.
Sirena para la una,
que vengan de la laguna,
los despistados del tiempo,
cuyos relojes se saltan las horas
de los dueños con poco miramiento,
enredados entre zarzamoras.

 

Villamalea, Villamalea,
si me abres las puertas de tu casa,
seré tu huésped, entre los mortales,
en moradas sin timbre, cubiertas de grasa;
paso dando, a golpes de piedra y matorrales,
a guillotinas para cuellos de capitales;
y de las que surgen martillos y hoces
para segar mechones y clavar ataúdes
de bienestares que claman a voces
muchas y sangrantes multitudes.

 

Castillos en el aire también hay,
hechos de palabras vanas y vacías
que menguan el alma en modo bonsái
escalofriantes estancias sombrías.

 

Hay depósitos llenos de mosto
que hierven sus calenturas
para saciar las sedes de Agosto
mudando de tez y de rostro;
servido en mesas sin composturas,
por camareras -y en las barras-,
en cuencos de barro y en jarras,
producto arrancado a las parras.

 

Villamalea, Villamalea,
con cien ventanas al este,
que suben sus persianas con polea
y las bajan cuando baja la marea
de noches con escarcha celeste
o de solaneras con tiritona
tras los cristales de la poltrona,
de doble hoja, que no traiciona.

 

Villamalea, Villamalea,
con cien ventanas al sur
que miran con inquietud
vientos de pestilencia
que entran como escalpelo,
por sus rendijas sin influencia,
en casas de cáscara sin suelo,
con puertas de olivos centenarios,
y techos de parras con garfios
en pasillos con aires literarios,
con dormitorios grandes y amplios;
ventanas que se corren con cortinas
y muebles de blanco champiñón
con vasos y porcelanas 'chinas',
abrazados los unos a los otros
entre las repisas del salón;
relinchando a voces los potros.

 

Villamalea, Villamalea,
con cien ventanas al oeste, con lentes,
por donde vienen oleadas de alientos
para que no falte el agua en las fuentes
ni el pan en las mesas de cientos,
aunque sobre la abundancia y el derroche
de unos pocos que acaudalan mucho,
que no se seque la garganta en la noche
o pene el estómago vacío, siendo ducho.

 

Villamalea, Villamalea,
que la sangre de ricos y pobres
se hermane en los mismos riachuelos
que la llenan con sus odres
-asco haciendo de los duelos,
echando mano de la razón-,
en los caudales del Cabriel
tras bañarse en San Antón
a golpes de campana y de laurel.

 

Villamalea, Villamalea,
con cien portales rumbo norte
que son refugio y picaporte
para pasiones de hijos dar,
con sus pujas de mantenimiento
o sólo para disfrutar
con el gorro de desgajar,
sin el menor miramiento,
las atalayas del horizonte;
lejanas para adivinar
destinos que en Cuenca son monte
y nos embelesamos mirando
con la faz un poco pronta.

 

Y tal cual el monte monta,
el que se aferra al mando
con el forro del botijo,
si pincha o no hubo 'ponte',
en el acierto afronte
de cigüeñas haber un hijo.

 

Villamalea, Villamalea,
con cien ventanas, que son ciento,
como ombligos de un convento,
aislados de la periferia,
intentando evitar una epidemia.

 

Torreones que se enroscan en sí mismos
marcando las distancias de sus limbos,
en los que se humedecen la boca;
esculpidos sus eruptos de yedra
sobre la piel de la dura roca
camuflando una vieja placa,
cincelada sobre la piedra,
con borbotones de la broca,
verdes como la espinaca;
escudo de caballo sobre jaca,
cuyos ojos nunca miran.

 

Las cien ventanas se admiran,
y desprecian los cristales rotos
y las cortinas ajadas o sucias
de los campesinos de sus votos,
a los que camelaron argucias.

 

Villamalea, Villamalea,
con cien portales oteando el este,
esperando ver salir el sol
por el horizonte celeste
como los cuernos del caracol.

 

La piscina y el campo anexo
se solazan con sus rayos;
y pudieran dedicarse un verso
de los nietos con sus yayos.

 

En la Cope brillan los metales
con los sudores de la parra,
cuyo sabor se asienta
como beso que te agarra,
preñada de cardenales
del vino que fermenta
como en buques y veleros
en formación de toneles
de emblemáticos linderos,
cuya mar va por dentro;
mar de cencibeles,
bobales y macabeos,
de sus virtudes reos,
del espectáculo centro.

 

En la Cope brillan los aceros
que dirigen los timoneles
rumbo a la embotellamieles
por los tintados senderos,
fermentada y ya sin pieles.

 

Vitivinos no le anda a la zaga
y deslumbra con la fiera daga
que sus depósitos verticaliza.

 

Ambos en premios siempre en liza,
y la fama de ambos se desliza
por los cuellos de garganta,
de la una a la otra,
como si fuera un boca a boca,
de la mano de una santa
que del cielo invoca
un caldo resurrector,
de la primera a la última gota,
que recibir es un honor,
cual sangre del Redentor.

 

Pero a Goliat venció David
y a Vitivinos comió la vid.

 

Villamalea, Villamalea;
por el noroeste se aglutinan
cien ventanas que predican,
cuando diluvia de buena gana,
las bondades del recinto acuático,
hablando con lenguaje de rana,
cuyas aguas son hermanas
del pozo que las sube al ático.

 

Mas, cuando al cielo le salen canas
y no derrama ni una gota,
acuden a los palcos con la bota
y a los toros les dan con la garrota.

 

Las escuelas son testigo,
y no precisamente silencioso,
de cuanto se teje y se apaña
en el camino de Ledaña.

 

El nombre de Ildefonso Navarro
cambiar por 'La Rueda' se quiso;
y se atascó en camino de barro,
y la rueda se hundió en el guiso;
cambiar 'Ildefonso' por 'La Rueda'
en coto quedó, como de veda.

 

Cumar es un buen amigo
del fruto blanco y poroso
que en bandejas envuelve
y en camiones transporta
allá en tierra rebelde;
la distancia no importa.

 

Actualmente constituido en Native,
donde en copa la comunión se recibe,
tenía la mirada atenta el Batikano
cuyo báculo marcaba el horizonte
en dirección al Siete cercano,
donde espina el Champinter bisonte,
aferrado como un alicate,
competidor del mismo cultivo,
en la carretera de Cenizate,
de las curvas al abrigo,
más allá de la primera rotonda.

 

Es una producción en cadena,
con eslabones hechos de cal,
parásitos de su fonda,
de la que no pueden escapar
ni con arco ni con onda;
sólo en la bandeja llena,
con propósito comercial.

 

Y no nos olvidemos de Naturvilla,
donde más al este posa su quilla,
en el camino de Casas-Ibáñez,
esta portentosa maravilla
de los fértiles manantiales
de riquezas fuera de los focos,
en cuya oscuridad brota blanca,
a fuertes chorros, y no pocos;
y recoge gente poco manca.

 

Hay muchas más champiñoneras,
pues surgen como setas en un risco
al verse libres del pedrisco;
aunque sus ganancias son someras
a causa de la producción masiva
que deja el lucro manos arriba.

 

Las pequeñas entran en quiebra
cuando el beneficio es menos cero;
y las grandes les meten la hebra
para sacarlas del agujero,
si tienen buena estructura;
y, si no, ¡a la sepultura!

 

No me quiero quemar,
tal vez tendría que ir,
pero creo que Emar
se mantiene en la lid,
con su patio lleno de rosas,
pues sabe hacer bien las cosas.

 

En el 'surpeste' hay ventanales
con buen cerrojo y atranque
por si traen los vendavales
ese tufo que sale del tanque
donde un mejunje salta la cuerda
con estiércol, caca y mierda,
que no lo soportan ni en el Congo;
abono para el fértil hongo
que ha resultado oro blanco,
filón para forrar el banco.

 

A esta basura gracias,
por sus desechos de pasta rica,
hay repunte en las farmacias
por el mosquito que pica y pica.

 

Se cebó la tierra también,
y le sirvió de regia cuna
para multiplicarse por cien
y deleitarnos con su tuna.

 

Hoy está prohibida por Ley
esta afrenta antinatura,
pero hay quien se nombra rey
y persiste en su locura.

 

Ha proliferado este irritante
enemigo que alza el vuelo,
de un contaminante del subsuelo
que dos veces quiso ser amante:
como cama para el hongo
y como lecho de muerte
para una tierra sin suerte,
que resguarda su diptongo.

 

Requiere un proceso verde
este caducado compostaje,
y evitar lo que se pierde
en los campos de arbitraje.

 

¡Bienvenida, golondrina,
que nos libras de esta plaga
en las calles de la villa,
con alegre volantina
de júbilo estallido!

 

¡Que tu presencia se rehaga
y recompongas tu nido,
en primavera maravilla
y todo el veranillo!

 

De noche, el relevo toma
la tierna 'salamanquesa',
en mosquitos 'Gran Diploma',
que se come más que pesa.

 

Que ninguno de ellos falte
o cubierta con esmalte
habría de ir nuestra cara,
o con red que la albergara.

 

Con tantas puertas y ventanas,
tanto negocio al mando,
ilusión y muchas ganas,
nos acabamos preguntando,
y todo el que esto lea,
si pesa más malea que villa
o es más villa que malea,
¿Villamalea o Maleavilla?,
¿Es maravilla o azalea?

 

Esto se van preguntando
los que salen a caminar;
y mientras van caminando,
que es parecido al andar,
van trasquilando rebufos
de los garbanzos del perol
por la 'Avenida del Colesterol'
hasta volver por 'Los Pitufos'.

 

Villamalea, Villamalea,
un pueblo con cicatrices
sepultadas bajo escombros;
¡hay que tener narices
y espaldas bajo los hombros!,
lodazal de infieles promesas
incumplidas al primer paso,
con excusas fuera del caso,
y bolsillos llenos de artesas
de acaudalados fondos,
a más de salarios orondos
a cuyo cúmulo contribuye
el que toma de lo que fluye,
el bienestar común ahogando,
incluso en crisis plena,
dejando el plato sin cena
del que todo lo acaba pagando.

 

Esto es lo que se mastica
bajo techo de caña y teja,
no te rasques si te pica,
sentires que son de queja
de un pueblo que se aplica
para intentar ser madeja.

 

Sus más de quinientas arrugas
nadan en las profundidades
de un asfalto 'malaspulgas'
que consigue que te enfades
con sus persistentes baches,
que bastardos alquitranes
burlar pretenden con parches
no más firmes que duros panes.

 

Sí, también hay cloacas al abismo,
con todos aquellos cuyas vidas mismo
se van apagando poco a poco,
cayendo al foso de los olvidos
con los años tiritando,
apartados de los nidos,
cayéndoles el moco
y la boca separando,
casi sin colmillos.

 

Ya hicieron sus hatillos
los muchos moribundos,
los que ultiman las filas
de los enfermos rotundos,
surcando aguas intranquilas;
goteo que derrama el cáliz del sufrimiento
en las fronteras de la vida, con tormento;
adoquines frivolos que abrasan las botas
de los últimos pasos, de la frente las gotas;
traspasando la barrera en que la muerte gana
y se apaga el sentido, al compás de una nana;
un suspiro paga el peaje de la vida humana.

 

Villamalea, Villamalea,
¡qué dificil es retratarte!,
con tanta labor y tanto arte
que surge de la mano que comparte
el pan, la cebolla y lo que tornea
con su yunque de talento
y el martillo que lo inspira,
sin que medie en él la ira;
¡a la voluntad del viento!

 

Este es mi segundo intento,
con opiniones de la calle
fortuitamente escuchadas
con detenimiento y detalle,
cual susurros de las hadas.

 

Es el Mercado de los jueves
un buen punto de cotilleo
para escuchar lo que no debes;
sin querer, pues está feo.

 

Pero se habla por los codos
para ventilar los sobacos
de sus sudores y lodos
mientras se cargan los sacos
y llenan recios carros
con verduras, hortalizas
y frutas de puestos caros;
haciendo de todo trizas.

 

Los modestos, ¡a lo barato!,
hay que racionar la cartera,
sea conejo o sea gato,
para repretar la nevera
y poder hablar a gusto
de lo que sabe adusto.

 

Otros compran de todo un poco,
sacando una media decente
que no les provoque sofoco
ni sea comida de parapente;
estos señalan con el dedo,
dejando a otros el gatillo;
y comen conejo sin enredo
viendo de las orejas el brillo.

 

Es un mercado muy extenso
que incluye calzado y ropa,
y otros artículos del censo
que no caben en la sopa.

 

Desde la plaza Alfonso doce
y la plaza de la Concepción,
con la plaza Redonda en roce,
hasta cosquillar el Pitufón,
así de larga es la canción;
con una lengua en Cuatro Esquinas
y la pierna en 'Carrefour';
en ambas hay similitud,
como en los chismes de vecinas.

 

La Cúpula no queda lejos,
pero a tanto no se llega;
éste no es lugar para viejos
que estén en tiempos de siega;
allí no hay lugar para el truco,
por mucho que les cante el cuco.

 

Si hacia Albacete miramos,
hay que esperarse a Las Navas
para atrevernos al ¡vamos!
que hace crujir las ramas.

 

Si el viejo se mete la mano
en los fondos del bolsillo,
quizás buscando el cuchillo,
puede que encuentre el plano
del kamasutra del anciano,
que nada tiene de tibio.

 

Es para la vieja un alivio,
cuando ambos van de bracete
en camino hacia Albacete,
con melón de fina raja,
que le preste la navaja.

 

Puede que oigamos un ¡ja,ja!
en el lapso de un minuto
si ella se pierde en sofá
con tan delicioso fruto
y más delicado resorte:
el que levanta la hoja
del fruto de la panoja,
como el Vitaminol Forte.

 

Villamalea, Villamalea,
con terrazas que son balcones
que se asoman al paisaje
de campos y colinas corazones,
donde sol y luna van de viaje,
y se besan, cantando las estrellas
en las noches despejadas e ilesas,
sin dejar la marca de sus huellas
en eternos guiños y promesas.

 

Cien balcones baña la brisa,
encarados al mar lejano,
carcajada como la risa,
afinada como el piano;
que en su rumbo las calles recorre
como peine sobre ondulado cabello,
aliviando de calenturas la torre
en las horas en las que corre,
vueltas dando por su cuello.

 

Plaza de la Iglesia de Villamalea,
punto blanco de reuniones
donde la gente se contonea
en grupos pares y nones
en las horas de sombra del verano;
sentándose en sus negros bancos,
charlando como todo buen cristiano
por el frente y por los flancos;
celebrando y recordando
las fiestas y los difuntos,
de la mano todos juntos
y el capellán al mando.

 

Es la plaza mayor de Villamalea,
por donde se camina y culebrea,
corazón de un pueblo vivo,
que a veces se carcajea,
hasta sin ningún motivo.

 

La iglesia de Villamalea,
testigo de la historia
escrita con correa,
es de presencia notoria.
Generaciones enteras han pasado
por sus puertas y altares;
en sus losas se han arrodillado,
y han contado sus pesares,
hombres, mujeres y ancianos;
casa de Dios y de los hombres
que acuden a rezar y a cantar,
y a todo aquello que corresponde:
a pedir y agradecer, a bautizar,
casarse, meditar, comulgar...

 

El campanario de Villamalea
del tiempo el ritmo marca
cuando toca y repiquetea,
ejemplo de la comarca,
llamando a la oración y al descanso,
anunciando las horas y los duelos;
convocando al pueblo manso
a la fiesta de los cielos;
dando el responso como tributo
a difuntos de familiares en luto.

 

Villamalea, Villamalea,
con cien ventanas vigilantes
de todo cuanto se torea
y reverdecen con diamantes;
se abren o cierran al atardecer,
guardianas del sueño y del silencio,
con recias cortinas por doquier
que las mañanas doblan su precio.

 

Villamalea, Villamalea,
con cien ventanas abiertas
para ver si la casa se orea,
en las mañanas de las noches tuertas,
con las oleadas de brisa y luz,
las flores de néctar rebosantes,
y buenos soplos por el tragaluz,
maravilla de veranos crepitantes.

 

Villamalea, Villamalea,
pueblo de tradición y progreso,
del vino y del aceite rea,
aderezados con pan y queso;
con almendros, pistachos y pruneras;
que hacen al pueblo gente de bien,
que trabaja, la mano en las tijeras,
y que lucha por su debido sostén,
por conseguir un futuro mejor,
los pasos marcando del amor.

 

Villamalea, Villamalea,
con balcones abiertos al cielo,
al sol ardiendo como una tea,
a la luna en estado de celo;
tribunas de los hogares y sus gentes;
con sus alturas desafiando al viento
-que a veces enseña los dientes,
pues no siempre se muestra contento-;
que se ofrecen como miradores
para contemplar el paisaje colorido,
que se extiende como los rumores
hasta el horizonte distante y herido,
donde se dibujan las montañas
testigos mudos de su historia,
la vista plagada de legañas,
cautivando su belleza irrisoria,
su misterio al son de las campanas.

 

Villamalea, Villamalea,
asomada por sus muchas ventanas,
a la noche cubierta de brea,
adormecida por sus balcones,
curiosos ojos de los hogares,
que dan su luz a los salones,
y observan los sucesos vulgares
del pueblo donde late su pulso.

 

Vigilante de su torre orgullosa
que con las fincas pierde impulso
y se acobarda, es más piadosa;
teme perder el carácter y la identidad
de quienes rezan con su sombra de cobijo,
respirando el aire fresco de la libertad,
de hierbas y flores, de aroma un alijo;
crecen sobre la tierra que se araña,
perfumando sus cimientos en montaña;
manantiales de vida, piedras adentro,
verde esperanza del firmamento.

 

De las cien ventanas se observa
que aprecian los limpios cristales
y las cuidadas y preciosas cortinas
de campesinos que doblegan hierba
con el rugir de los metales,
en los campos y las colinas.

 

Villamalea, Villamalea,
con cien ventanas de cara al mar,
del sol esperando su tarea
para con su luz la villa alumbrar
con el cielo azul y claro,
de la tierra juez y faro.

 

La piscina y el campo adyacente
se alegran con sus rayos;
y se torna el agua reluciente
y el césped para correr los gallos;
y si pudieran le dedicaban un chapuzón
los abuelos con sus nietos de la mano,
y algún gol, de presentarse la ocasión.

 

En la Cope se ventila el fruto pagano
del esfuerzo gratuito de la viña,
cuyo sabor se queda en morriña,
recuerdo que el paladar reanima,
lleno de matices y colores;
vino que se elabora con estima
en filas de barricas sin rencores;
y en grandes depósitos de codiciados bordes,
con el mar por dentro, de deliciosos acordes,
de sus bondades preso, mar de uvas y sabores
que maneja la empresa, rumbo a la embotelladora,
por los caminos tintos y claros de buena pastora.

 

El pozo Concejo es famoso,
como el metal más precioso,
por su agua clara y saciante
que la sed combate y apaga
de los que beben de su fuente
cristalina como el diamante,
que con gusto se sorbe y traga,
con sosiego y calma, discretamente.

 

Cerca se encuentran las escuelas,
fábricas de cultivar la mente,
hilando ideas con las espuelas,
sembrando personalidad prudente,
desechando telarañas de ignorancia,
del cerebro mejorando la sustancia.

 

En estas instituciones salva-ignorantes
hay un producto del que se gloria,
que no se vende al por mayor
ni se almacena en los estantes:
se produce de la victoria
del saber contra el sopor.

 

Hay ventanas que cruzan calles
con guiños de capellanes,
como bosques que cruzan valles;
y ventanas con huracanes,
con ojos tras los visillos
escudriñando las paredes,
donde juegan los chiquillos
y tienden ropa las mujeres.

 

Ventanas hay con el ojo tapiado
con obra de rejola refractaria,
en caserones de aspecto adormilado
de habitabilidad harto precaria.

 

Hay, de buey, redondos ojos
en ventanas con enojos
de mirada sin corbata
en caras de blanca bata;
y fachadas sin artilugio
con sombras que buscan refugio.

 

Otras cuentan con su repisa
y doble cristal en los marcos,
con travesaños con sonrisa
y herrajes que evitan charcos.

 

Otras en camisones de banda ancha
donde la cortina se ensancha
y entra la luz a borbotones,
rebuscando en los rincones;
ventanas de hojas correderas
que abren sus bocas tragaderas
arrojando flamígeros resplandores,
hogares pulcros y triunfadores.

 

Villamalea, pueblo de Albacete
cuyas alfombras tuvieron fama;
hoy brilla por su vino de copete,
por el champiñón de alta gama,
por la almendra y el pistacho;
pueblo agricultor y manchego,
adepto del puchero y del gazpacho
que siente por el campo mucho apego,
que lucha por su progreso
sin olvidarse de su pasado;
un pueblo de mucho peso,
con la huella de un señorío;
que venera con fervor sagrado
a sus santos patronos, con brío.

 

Su escudo tiene un peine de oro
que simboliza su tradición tejedora
de la lana, con arte y decoro,
como teje la golondrina danzadora
sus piruetas en el cielo sin aforo.

 

¡Saludos, golondrina, que nos proporcionas alegría,
en las calles de la villa, con tu danza y tu armonía
de fiesta y regocijo; de placeres un alijo!

 

Los jueves, día de mercado,
resultan de lo más divertido,
pues a los vendedores observo con agrado
ofrecer sus ofertas con elevado sonido;
a veces, aparece un listillo que sabe
engatusar al cliente con voz grave:

 

"-¡Vengan, vengan, señoritingas,
que les tengo una ganga de ley!:
les ofrezco unas 'zapatingas'
¡auténticas maravillas de rey!"

 

"-Son cómodas y bonitas, de colores variados,
y tienen una ventaja dificil de encontrar
en parte alguna: llevan los bordes inflados
y tan mágicas son que caminan sobre el mar."

 

"-Sí, han oído bien, amables clientas,
estas zapatillas hablan y hacen trucos.
Les dirán qué ponerse cada día, a tientas;
les contarán chistes y cuentos cucos,
y les harán cosquillas en los pies;
hasta se las podrán poner del revés."

 

"-No dejen pasar esta oportunidad
de llevarse este calzado sin igual
del que sólo me quedan dos pares
y harán irreconocibles sus andares;
así que ¡apúrense a comprar, mamás,
que no se arrepentirán jamás!"

* * *

Las ventanas son más que simples aberturas
de las casas y edificios de la villa,
son los ojos en los que el pueblo brilla,
el espejo de sus gentes, sin costuras;
y reflejan las historias, a menudo,
de quienes las habitan, como nudo;
son la esencia de la vida urbana,
por donde la euforia se expresa y mana.

 

Al caminar por una calle, uno nota
la variedad de ventanas que abarrota,
alineadas entre estrechas aceras,
entre asfaltos de angostas caderas.

 

Cada ventana marca su propio estilo,
forma y color, para un pueblo tranquilo,
creando un mosaico visual tan variopinto
que evoca más historias que un laberinto.

 

Algunas son tan grandes y luminosas,
pintados de blanco sus marcos de madera,
que dejan entrar luces de mariposas
en sus habitaciones a la marinera.

 

Otras, menores, de cristales empañados,
parecen guardar secretos de misterio,
ocultos por sus habitantes reservados;
su intimidad a salvo del ajeno criterio.

 

Las ventanas de los antiguos edificios,
con sus arcos elegantes y ornamentales,
dan de nostálgicas sensaciones indicios;
pocas hay con escaso polvo en los cristales.

 

Haylas con marcos de hierro forjado,
de hiedra cubiertos, a menudo,
dándole un romántico toque de prado
a la escena de grato saludo.

 

Contrastan las ventanas modernas
de los edificios minimalistas,
con líneas limpias y sempiternas,
de retinas encanto, muy bien vistas;
de vidrio tienen grandes paneles
que reflejan del cielo sus corceles
y la vida que a su alrededor discurre;
todo sonido espigando, que susurre.

 

Algunas ventanas abrazan macetas,
que las adornan, de flores repletas,
aportando alegre vida a la calle,
lo cual supone apreciable detalle.

 

A destacar también los balcones,
con sus barandillas de hierro;
espacio vital para reuniones
en las que escapar del encierro
disfrutando del aire fresco
que proporciona la brisa suave;
se tienden en sillón principesco,
oreándose con vueltas de llave.

 

A medida que la jornada avanza,
las ventanas se vuelven espejo
que reflejan el rayo que danza
entre el viandante joven y el viejo;
espectáculo de cálidos colores
que transforma la calle, señores,
en mágico lugar para reuniones
en sillas sacadas de los salones;
sobre todo cuando el sol se obtura
y se iluminan muchas ventanas,
con destellos de vida y cultura,
risas, conversaciones humanas,
chirigotas, a la luz de la calle,
invitando a comentar en detalle.

 

En resumen, las ventanas de las casas
son testigos silenciosos de la vida,
con los vecinos del pueblo entre las brasas
cuando el invierno agarrota sin medida.

 

Cada ventana cuenta su propia historia,
y juntas retratan toda una memoria.

 

© Diego Tórtola Descalzo
(1 febrero 2020/15 febrero 2025)

 


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